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Carta a Jorge Alemán

A partir del artículo “La supuesta inteligencia del macrismo: Neoliberalismo”, escrito por Jorge Alemán para La Tecl@ Eñe, Ricardo Forster escribe esta carta en respuesta y a modo de conversación.

 

Por Ricardo Forster*

(para La Tecl@ Eñe)

Querido Jorge, leí con atención tú último artículo en la Tecl@Eñe[1] con el que siento afinidades, esas que venimos discutiendo desde hace tiempo y que definen las coincidencias ante este complejo tiempo argentino. Estoy de acuerdo con esa extraña parábola, casi naïf, que lleva a muchos a sobrevalorar al macrismo como el non plus ultra de una renovación por derecha de la política de dominación hasta un punto tal que opaca cualquier visión crítica (incluso algunos llegan a arriesgar, no sin cierta expectativa, que estaríamos asistiendo a la aparición de una “derecha democrática” que sellaría nuestro pasaje a una genuina vida republicana después de los vendavales populistas de los 12 años kirchneristas). Una cierta fascinación entremezclada con sorpresa y resignación se ha extendido como la peste entre muchos compañeros que parecen haber descubierto a una derecha temible capaz de proyectarse por un largo plazo ante una oposición débil y fragmentada que no logra encontrar el rumbo ni el discurso adecuado. A esa sobrevaloración –que es inversamente proporcional a la subestimación anterior–  se le agrega una dosis creciente de autoflagelación y depresión que poco o nada se asemeja a una posición pesimista crítica –gramscianamente necesaria a la hora de indagar por la potencia destructiva del capitalismo bajo su forma neoliberal periférica pero a la que le es imprescindible una dosis de “optimismo de la voluntad” sin la cual sólo queda la resignación y la pasividad–, para deslizarse más bien hacia cierta inoperancia y vaciamiento del pensamiento alternativo que se traduce, en algunos casos, en una extraña inclinación a dejarse seducir por el experimento macrista o en angustia depresiva que solo alcanza a ver la perpetuación de lo peor.

    

Algunos recién están descubriendo, con sorpresa, qué es y qué significa el neoliberalismo (en su versión periférica y argentina). Lejos de asumir una mirada más compleja y crítica, prefieren quedarse prisioneros de una alquimia de derrotismo y fascinación especular respecto a las capacidades, sobredimensionadas, del duranbarbismo macrista como novedad que incluye, como no podía ser de otro modo, el uso "superlativo" de las redes sociales y las nuevas formas de interpelación mediático-estéticas (cierto deseo imitativo surge como respuesta a la habilidad del aparato publicitario de la derecha para sintonizar a la perfección con el imaginario de las clases medias y de amplios sectores populares dominados por la simbología del semiocapitalismo[2]; una imitación que llevaría, eso piensan, a un posible éxito frente al anacronismo de un nacional-populismo aferrado a formas político comunicacionales añejas que se han vuelto un obstáculo a la hora de recuperar el terreno perdido). El problema, me parece, es que se deja de indagar el funcionamiento de la máquina de dominación, sus lubricaciones actuales, su potencia al fabricar nuevas formas de subjetivación ligadas a la “servidumbre voluntaria”, para intentar un giro mimético que acabaría por disolver lo propio de una fuerza que se quiere antagonista del neoliberalismo. A esa ilusión falaz, le suman también, sus propios problemas y limitaciones para quedar, boquiabiertos, ante la fascinación de una maquinaria que se ha vuelto mágica e incomprensible.

 

En tu análisis señalás que el “neoliberalismo en su despliegue de operaciones financieras a gran velocidad debe hacer desaparecer la Historia. En este punto, los políticos que lo representan no necesitan de ningún "relato fuerte", les basta con remitir todo a un presente absoluto y a  una promesa de futuro. No es necesario disponer de ningún saber maquiavélico, es suficiente con el discurso de la autoayuda como una narrativa de autorrealización del yo, que tiene como función esencial deshistorizar a la política e infantilizar mediáticamente a la población”. Es clave desentrañar este solapamiento de la conciencia histórica y política como una consecuencia directa de las extremas velocidades con que circulan los activos financieros y la data informativa unidos, ambos, a una escisión entre la representación subjetiva del espacio y la imposibilidad de ese mismo sujeto de capturar racional y sensitivamente el flujo temporal de la información. Creo, a su vez, que lo que se extravía es la imprescindible historización de la etapa neoliberal del capitalismo hasta convertir nuestra resignación en una suerte de eternización del instante, una realidad “virtual” que se devora pasado y futuro borrando del horizonte cercano cualquier posibilidad de ruptura de un dispositivo capaz de prolongarse sine die bajo la forma de la eternidad. Es la experiencia subjetiva la que se debilita a dos puntas en el interior del modelo neoliberal: por un lado se vacía la percepción biográfica, el devenir de la vida individual y colectiva como expresión de la memoria histórica y, por el otro lado, también se desvanece la comprensión de la finitud como rasgo de toda forma de organización de la sociedad. Una nueva pobreza de la experiencia, parafraseando a Walter Benjamin, se derrama sobre la vida cotidiana de individuos capturados por los engranajes entrelazados de la velocidad informativa y la falta de referencialidad de los signos en el interior de la tenaza financiera y semiológica de un capitalismo de lo inmaterial capaz de transformar lo virtual y la mentira en el centro de lo verosímil y de lo socialmente aceptado.

Me parece lúcida tu crítica de la “supuesta inteligencia del macrismo”, como si fuera, para algunos desprevenidos, portadora de una originalidad incuestionable que no es sino la expresión local del neoliberalismo en su manifestación depredadora y entreguista. ¿Acaso imaginábamos que un triunfo de la derecha iba a tener otras características que este arrasamiento macrista? ¿Nos encegueció aquella consigna lanzada en los últimos meses del gobierno de Cristina de “lo irreversible” de las conquistas alcanzadas como si estuvieran por fuera de la historia y sus giros? ¿Hubo quienes creyeron, entre ingenua y peligrosamente, que un triunfo de la derecha no conllevaría una brutal restauración conservadora con su revanchismo y su violencia y su capacidad para rediseñar tanto la escena económica-social como la dimensión cultural-simbólica? ¿No reconocimos los límites de la “batalla cultural” pensando más allá de las determinaciones históricas y de las contradicciones abiertas por un proyecto de sustitución de importaciones, de ampliación de derechos, de distribución más equitativa y de apuesta por el consumo popular? ¿Olvidamos que la “movilidad social ascendente” transforma de cuajo al sujeto popular atravesado por esa movilidad hasta llevarlo material y simbólicamente al universo de la clase media con todo lo que ello conlleva de nuevas formas de identificación, de expectativas y de prejuicios hacia los que quedaron más sumergidos? ¿No subestimamos al propio neoliberalismo al anunciar, una y otra vez, que había fracasado desconociendo su capacidad para seguir generando sentido común y lógica aspiracional? ¿No confundimos lo que Giovanni Arrighi denomina una “crisis-señal” –aquella que expresa las dificultades de legitimación de un dispositivo hegemónico– con “crisis terminal” del poderío estadounidense y, por lo tanto, del propio neoliberalismo? Más que subestimar al macrismo –que eso también ocurrió– se subestimó el carácter de la crisis-señal creyendo que América Latina se había sustraído al abrazo de oso de una época terrible del capitalismo mundial. En todo caso, la derrota nos permite aprender de nuestros errores y de los límites de un proyecto reformista en el contexto de una historia que, como decía Nicolás Casullo, “se ha puesto de espaldas a la revolución”. Eso no nos impide resaltar y reivindicar “el tiempo fuera de quicio” de los años malditos (por su carácter populista) vividos en nuestro continente como única alternativa a la globalización neoliberal. Creo, Jorge, que coincidimos en esta perspectiva que hace de las experiencias vividas en Latinoamérica una lógica a contracorriente de una época impiadosa del Sistema. Por eso compartimos el mismo entusiasmo y rechazamos, por injustas y vanguardistas, aquellas críticas que “por izquierda” se opusieron ferozmente a los gobiernos nacional populares y progresistas reclamando un estado de pureza “revolucionaria” que solo podía existir en sus fantasías.

    

La consigna parecería ser “olvidar a Marx”, es decir, perder de vista la dinámica de las crisis del capitalismo allí donde la separación cada vez más radical del valor de uso y el valor de cambio se manifiesta en su forma más cruda a través de la financiarización generalizada y el pasaje de la realidad material a la virtualización abstracta. Se olvida, como diría Zizek siguiendo a Marx, que “una crisis acaece cuando la realidad se coloca al nivel del espejismo autogenerado e ilusorio del dinero que crea más dinero –esta locura especulativa no puede continuar indefinidamente, debe estallar en crisis incluso más serias”. Paradojas de una época en la que el espejismo fetichista del dinero multiplicándose hasta el hartazgo cierra cualquier interpretación capaz de reconocer en esa lógica perversa su contradicción más profunda y destructiva. Parálisis y depresión emergen como consecuencia directa de esta deshistorización del capital. Cuando la materialidad social y económica queda borrada y se sustrae su significación lo que acaba por oscurecer el horizonte es la resignación, como si fuerzas naturales indescifrables se hubieran desatado sobre nuestras cabezas arrojándonos a la intemperie  de una ignorancia generalizada. Entre la abstracción mayúscula y la espectralización de la economía capitalista hasta niveles últimos lo que parece sustraerse a nuestra comprensión es, precisamente, el carácter contingente del neoliberalismo. Fascinados y sorprendidos no atinamos a percibir el carácter ideológico de nuestra parálisis depresiva. La sombra horrorosa de un más allá del tiempo, de una espectralidad perenne, se expande ante nuestros ojos impávidos. No hay mayor triunfo cultural-simbólico del capitalismo que ofrecerse como una forma natural y ahistórica. El macrismo, su triunfo y su avance arrollador para invertir los términos de la Argentina de los últimos 12 años, ha impactado en lo profundo de un kirchnerismo desorientado que pasó de “no duran tres meses” y “esto estalla en cualquier momento”, a “no lo sacamos más”, “controlan todos los poderes de un modo tal que no hay manera de derrotarlos ni en el corto, ni en el medio ni en el largo plazo”. El fatalismo se expande como la peste en consonancia con el “descubrimiento” de la fortaleza inconmovible de la nueva derecha. Sin garantías amparadas por el “movimiento necesario de la historia hacia el horizonte de la igualdad y la emancipación”, eso lo aprendimos del largo, duro y trágico siglo XX, debemos seguir insistiendo contra la tendencia, muy de época, a eternizar al capitalismo sacándolo de todo registro histórico. Una cosa es el pesimismo crítico y otra, muy distinta, es el nihilismo pasivo de quienes están convencidos de la infinitud del Sistema que vuelve insustancial cualquier acción política.

    

La depresión surge de esa pérdida de perspectiva temporal, del olvido del engranaje de la historia como contrafigura a la naturalización del capital, a su dominio ideológico del tiempo como un aquí y ahora eterno e inconmovible en un sentido material social que sólo podrá experimentar algún cambio bajo modificaciones tecnológicas que serían las únicas capaces de sacudir el escenario, aunque no en un sentido precisamente liberador. Incluso hay una resignada y catastrofista visión de esas nuevas tecnologías digitales completamente separadas de su dimensión histórico-social-política. Nuestra derrota intelectual es el resultado de deshistorizar y despolitizar la interpretación del capitalismo semiótico (al modo de Bifo Berardi o de Byung-Chul Han), cerrando toda posibilidad de transformación de una sociedad definitivamente atrapada en las redes de un sistema capaz de penetrar hasta el último de los intersticios de la vida colectiva e individual. Esto no significa que la clave "histórica" lo resuelve todo ni mucho menos (tú apelación al resto último del sujeto del inconsciente constituye una necesidad del pensamiento crítico y de la posible rebelión ante las injusticias del neoliberalismo), pero sin ella quedamos atrapados en las telarañas de una dominación definitiva que se vuelve patología existencial y psíquica. En fin, reflexiones rápidas y al hilo de tu escritura que aprecio en estos tiempos difíciles pero desafiantes.

 

La seguimos. Abrazo, Ricardo

 

Buenos Aires, 22 de noviembre de 2017

 

*Filósofo y ensayista argentino. Es doctor en filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba

 

Referencias:

 

 

[1] Jorge Alemán, “La supuesta inteligencia del macrismo: neoliberalismo”, La Tecl@Eñe,18/11/17 (http://www.lateclaene.com/jorge-alemn-la-inteligencia-macrista)

 

[2] Remito para un desarrollo más amplio del concepto a mi artículo “El triunfo de la abstracción: semiocapitalismo y dominación neoliberal”, en La Tecl@Eñe (http://www.lateclaene.com/ricardo-foster-semiocapitalismo-)

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