Palabras, palabras
Las palabras persiguen la verdad, hacen historia. Unas veces en forma de historieta; otras, en forma de epopeya. Todas las palabras que ingresan al campo público o privado tienen un sentido político. Hay palabras que resisten el tiempo o viven como mariposas que aletean vivaces y mueren al atardecer. A través de las palabras se intenta la búsqueda, tal vez imposible, de la verdad. Estas palabras, reflejadas en estas notas, seguirán el camino de esa indagación.
Por Ricardo Rouvier*
(para La Tecl@ Eñe)
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Cuadro Escrito - León Ferrari
¿adónde van las palabras que no se quedaron?
¿adónde van las miradas que un día partieron?
¿acaso flotan eternas como prisioneras de un ventarrón?
¿ o se acurrucan, entre las rendijas, buscando calor?
¿acaso ruedan sobre los cristales, cuál gotas de lluvia que quieren pasar?
¿acaso nunca vuelven a ser algo?
¿acaso se van?
¿acaso se van?
¿y a dónde van?
¿adónde van?
Silvio Rodríguez
En momentos de entregar esta nota estamos en la vigilia previa al ballotage; esperemos que estas líneas puedan mantener alguna vigencia.
Desde Tales de Mileto hasta el “Che” el propósito de la objetividad es una meta de los filósofos, de los políticos, de los luchadores y también de los pueblos, frente al oscurantismo y la mentira del poder. Fue en los tiempos clásicos cuando los griegos comenzaron a plantear la tensión entre el nombre y la cosa nombrada. Entre la palabra y la verdad. Esa disputa, ese desafío no ha podido ser resuelto aún, y la objetividad es una pretensión no plenamente conquistada. No obstante, la lucha sigue aunque cada individuo habla como si hubiera logrado la posesión anhelada. ¿Narcicismo? Tal vez.
Se sabe que su equilibrio psico-físico requiere contar con algunas certezas, en un mar de incertidumbres. Pero sus certezas son la vivencia cotidiana, son una extensión de su propio yo; en cambio lo no conocido parece siempre estar afuera. La mentira, la falsedad es externa o parece externa.
Las palabras son el vehículo, oral o escrito, para buscar o expresar la verdad, o menos pretensiosamente, para externalizar el sentido común. Es mucho más fácil mencionar la verdad que encontrarla, de allí que los críticos del positivismo entronizan a la hermenéutica, la observación crítica de cada entidad y su lectura. En definitiva, todo o casi todo, inclusive estas líneas, son pura interpretación. La política es más pretensiosa, y tal vez más débil, y no puede funcionar si no es por el camino pavimentado de las certezas, independientemente de la solidez de las mismas. La guerra es igual, no hay lugar para la duda, para la meditación. “La jactancia de los intelectuales”, como decía el carapintada Aldo Rico, repitiendo el asesinato del príncipe Hamlet.
La historia, a veces, irrumpe colectivamente en la arena pública, y su invasión supone una verdad subterránea que se desentierra y se muestra con insolencia. Entre otras experiencias, el 17 de octubre expresó también el final de un habla y el comienzo de otro, a partir de esa inundación democrático-popular en el espacio público. “La patria sublevada”, como expresara un testigo privilegiado: Scalabrini Ortiz.
En ese momento de quiebre y ruptura, las palabras dominantes tornan rápidamente obsoletas, y son reemplazadas por otras. Hay que reconocer que la hegemonía mundial tiene algún mérito es su capacidad resiliente, como lo señala Castoriadis en El Avance de la Insignificancia (Ed. Paidós), cuando reflexionaba sobre la ventaja del capitalismo respecto al socialismo real. La flexibilidad del ganador puede convertirse, y autoproducirse, pero siempre dentro de los límites que marcan el dominio. El esquema semiótico va variando y ampliándose, o renovándose en gran parte del territorio dominado y dominante: Occidente.
En cambio, el mundo del socialismo (soviético, sobre todo) conforma su identidad en su rigidez; en su no innovación cultural, en no lograr incluir las novedades sociales; en legitimar con lentitud o no legitimar a sectores sociales, o los nuevos nombres de la modernidad (llamamos novedades a aquellos cambios culturales que se producen en las sociedades occidentales y que son asimilados porque no constituyen ningún riesgo para la hegemonía mundial; por ejemplo, el incremento de la multiculturalidad, la libertad de costumbres, la ampliación de los derechos civiles a nuevas minorías, etc. )
Perón repetía a Aristóteles en esa aseveración que ahora viaja por ahí sin documentos de identidad: “La única verdad es la realidad”. El General usaba esta tautología para defenderse ante las críticas; aludiendo a que la realidad superaba las visiones ideológicas parciales, o el peso de los hechos, de los logros de su gestión, esa realidad en hechos era la prueba para desarmar a los opositores. En esta visión pragmática, pueden colarse medidas o acciones no totalmente populares (¿recetas ortodoxas?) porque las circunstancias así lo requieren (realismo), dentro de un contexto nacional y popular. Hay una verdad desencantada que es negada o maquillada, o es superada por la necesidad que obliga a tomar medicina de feo gusto.
Aunque, siempre planteamos que el campo de la lucha revolucionaria o reformista es el triunfo de la verdad frente al idealismo y la mentira es patrimonio de los conservadores, de los reaccionarios. Pero, muchas veces encontramos en nuestro campo la infiltración del idealismo y del voluntarismo que fuerza la realidad o que la niega. Decimos idealista, porque también aquí el mecanismo es igual que en esa escuela filosófica, es creer que la idea transformadora se impone sobre un terreno que tiene obstáculos. El artificio alcanza su máxima demostración cuando decimos “Pueblo” y creemos que está ahí aclamando o siguiendo nuestra praxis política. Está siempre presente, aunque virtual, en nosotros que somos la vanguardia.
Es una paradoja histórica en aquellos que tanto abrevaron en el materialismo dialéctico, y hoy practican una construcción discursiva carente de objetividad sobre la sociedad, al punto de no poder ni caracterizar ni aproximarse en forma concreta a la etapa mundial en la que nos encontramos, ni la relación de fuerzas entre las hegemonías y las contrahegemonías. Asoma la cabeza tímidamente el “caracterizamos mal la etapa”, “cometimos errores”, y otros de la especie.
En esta construcción discursiva, hay también palabras reprimidas, no dichas, términos que expresan alguna modalidad de futuro. Por ejemplo, muchos kirchneristas consideran que el mundo debe marchar al socialismo a pesar de que ni Néstor ni Cristina lo hayan prometido expresamente; pero se colocan detrás de CFK, poniendo su imaginario a completar lo no dicho.
Pese a la poca certeza de esa intención hacia la patria socialista, y a pesar de los desvíos y desvaríos que se han hecho en su nombre, no se puede negar que esto opera como un deseo individual o grupal, del cual el peronismo institucional no participa, ni siquiera tiene dicha esperanza.
Del 2003 al 2015, el kirchnerismo ha impreso en la sociedad nacional una profunda huella sobre la cuestión social, ha trabajado por la igualdad, la equidad social, la multipolaridad, y el compromiso con la emancipación latinoamericana, los derechos humanos y sociales. Todos estos valores recuperados transitaron, se instalaron y fueron puestos sobre la mesa por la voluntad y decisión de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner. Esta provocación e innovación del “k” a la sociedad argentina, incentivó una reparación setentista sobre la base de un relato heroico despojado de autocrítica. Cristina balbuceó tímidamente en algunas alocuciones con frases dichas por la mitad, pero no avanzó. No cuestionó, en profundidad, los errores de la Tendencia Revolucionaria setentista; pero advirtió varias veces sobre el camino equivocado de la violencia.
Prueba de la solidez de lo hecho en estos años kirchneristas, es que Macri tiene que subordinar su discurso de centro–derecha a algunas realizaciones del gobierno, asegurando su irreversibilidad. Su concesión a Fútbol para Todos, Aerolíneas y Asignación Universal, mereció un largo “No” de sus seguidores más fieles que son claramente la derecha política nacional. Para seducir a otros, es que Macri obtuvo la negativa de los propios, que viven más pensando en los pobres como extraños a asistir.
El 17 de febrero del 2012, al pie del monumento a la Bandera, CFK, balbuceó “vamos por todo”, en un diálogo con un asistente en un acto de clima belgraniano, lanzando una afirmación jacobina cercana a la toma del poder. Pero la invocación jacobina nos trae la memoria sobre la voluntad indeclinable, la obcecación de la “verdad” enarbolada y su adjudicación a la palabra sagrada del pueblo. A pesar de que ese pueblo da un consenso acotado y temporario que, muchas veces, ha condenado a los admirados jacobinos a sus soledades. No sabemos que será el “todo” de CFK, suponemos que ella posee la llave del “todo” (aunque esa llave abra un libro de arena). Porque el “todo”, la utopía, no es fruto de la imaginación colectiva, sino de sus vanguardias, y cuyo contorno efectivo es impreciso. Luego del 2011 se mencionaba “profundización”, que se suponía que se trataba de avanzar en reformas más a fondo contra el régimen; o “sintonía fina”, construcción en la que algunos creyeron ver un vuelco hacia la disminución del gasto público y la caída de los subsidios. Un giro económico del gobierno que no se produjo. Ni “profundización”, ni “sintonía fina”; contradictorios en sus interpretaciones, no lograron mantenerse vigentes.
Hoy, el espacio electoral se llenó de palabras vinculadas a lo económico–financiero: “ajuste”, “devaluación”, “tipo de cambio”, “inflación”. Ésta última, largamente reprimida en el discurso oficial, para lo cual se adocenó un INDEC a la carta.
No hay dudas que si gana Macri o si gana Scioli la palabra “ajuste” tendrá su correlato fáctico; pero es mejor para el kirchnerismo adjudicar exclusivamente eso a la “receta” neoliberal acusando a Macri, sacándonos de encima tal compromiso. La traducción política de “ajuste” involucra la acusación del retorno a la crisis del 2001, en particular a su pesificación asimétrica. En una de las últimas intervenciones, la Presidenta recordó la tragedia del 19 y 20 de diciembre del 2001, para darle un giro más dramático a la evocación. Para nosotros el “ajuste” sciolista sería una reorganización de la economía sin afectar los ingresos de trabajadores y jubilados. ¿Esto es posible, cuándo en el 2014 ya fueron perjudicados por la inflación?
Pero, la verdad cruda, es que en el campo del reformismo, populismo o de la socialdemocracia europea, se produce la utilización de algunos instrumentos del neoliberalismo cuando se desaliñan los indicadores macroeconómicos fruto de las crisis recurrentes del capitalismo (podemos incluir a Brasil en la lista)
Para llegar a esta certidumbre respecto a arreglar la economía afectada por lo internacional y con nuestros propios errores, tuvimos que atravesar negaciones, y negaciones de las negaciones y desmentidas y medias palabras. Ahora, llegamos a una suerte de racionalización; para el k. la acción de Scioli será “gradual”, indolora, y la de Macri será una megadevaluación insoportable. ¿Además de derecha, será tan necio Macri de repetir la experiencia de la Alianza?
Los términos complejos, “Modelo” o “Proyecto”, son una continuidad comunicacional en el kirchnerismo del peronismo. En su complejidad, gran parte de la sociedad no logra decodificarlo, tal vez porque haya hecho falta mayor “predicación”, palabra que usaba Néstor Kirchner, y menos consignismo o discurso de barricada, con influencia de los estilos asamblearios estudiantiles. La percepción colectiva escotomiza la formulación política, sintética, del oficialismo. En cambio, es más clara la comunicación cuando se detallan las realizaciones como hace y repite la Presidenta. Parece que CFK fuera pesimista respecto a la propia comunicación, y atribuye una fuerte importancia en la construcción de subjetividad por parte de los grandes medios opositores. Descree de la capacidad de recepción social, por eso repite y reitera partes enteras de sus construcciones discursivas. Si uno tuviera que ubicarla teóricamente, diría que adhiere – como la mayoría de los políticos – a la Teoría de la Aguja Hipodérmica o al Homo Videns de Giovanni Sartori.
La investigación cualitativa muestra un diferencial perceptivo según segmentos socio-culturales sobre la etapa kirchnerista. En los sectores más humildes, esta etapa es de reparación social y visibilización de sus problemas; aquí predomina una caracterización del régimen como bonapartismo, de un Estado benefactor titular de la justicia social. Para otros, sectores medios típicos y superior, se abren varias miradas. Incluye sectores con mayor o menor tonalidad ideológica. Aparecen contenidos vinculados al antiimperialismo, las luchas emancipatorias, las alianzas regionales. El kirchnerismo, no el peronismo, tiene su mayor clivaje en los estratos medios de la sociedad, medio-medio y medio alto.
Pero además, hay una gran franja de clase media típica, que está atada a intereses y valores. Esto conforma una balanza con escaso equilibrio. A veces se unen alrededor de un voto conveniente y que preserva valores (parte del 54% a CFK en el 2011 votó por su gestión más que por adhesión ideológica), o busca un nuevo equilibrio sobre la base de intereses sobre valores (parte del voto a Cristina de entonces hoy vota a Macri); y por la saturación producida por la modalidad e intensidad de la comunicación kirchnerista. En estos casos, es bueno preguntarse por cuántas de las consignas elevadas son vividas y sentidas por ese pueblo que se ha elegido como destinatario. Estaba claro que el guiño “los 40 millones” fue un exceso fundado en el deseo.
Colocando al Proyecto como el candidato, y no a un nombre y apellido, Cristina extrae el carácter material y corporal de Daniel Scioli como sujeto y lo deja en manos de una entidad que, por el momento, sigue siendo abstrusa para la mayoría de la sociedad.
Mientras tanto el escenario, sobre todo electoral, es ocupado por una catarata de palabras y de hipérboles. Muchas, cloacales, cuando navegan por los sótanos de las redes sociales. Con campañas negativas por aquí y por allá (como nunca antes) que tienen que ver con la fortaleza de un kirchnerismo que lucha por sobrevivir. Otras campañas son amenazas excesivas y otras sirven para camuflarse. A mí me interesa más la comunicación propia y me parece difícil suponer que de esos fonemas e imprecaciones pueda surgir una cultura política superior.
La oposición se ha equivocado todo este tiempo al minimizar al kirchnerismo; y el kirchnerismo exagera al considerar que la entronización de un gobierno de Cambiemos es el inicio del “fascismo” o el “nazismo”. Falta que alguien anuncie un nuevo holocausto. Ya hay abundante literatura sobre las características de la nueva derecha en el mundo, como para apelar a anacronismos.
También, y sobre todo, están las cataratas mediáticas (ahora más compensadas por los medios propios), en un verdadero y pertinaz desgaste del prestigio del gobierno.
“Bipolar”, fue la referencia impertinente de Nelson Castro haciendo uso y abuso del dispositivo médico-disciplinario; atribuyendo locura al otro y por lo tanto ingobernabilidad.
¿”Qué te pasa Clarín”? señalaba Néstor, en el 2009, mientras a su lado le hacía coro Hugo Moyano. En momentos en que la buena relación entre el multimedio dominante y la pareja presidencial se terminaba, para dar lugar a la ruptura y el ataque a la concentración pergeñada desde la Ley de Medios. No obstante, las tapas de Perfil, se llevan el primer premio del amarillismo periodística de la peor calaña, absolutamente ofensivos a la figura presidencial y a su condición de género.
Es evidente, más allá que las medidas específicas o particulares a favor o en contra, que un triunfo de Macri sería una pérdida en el propio acto del voto. Porque hay un sentido de la historia bien diferente; y un triunfo de la centro-derecha es confirmar la hegemonía mundial de la coyuntura económica sobre la política, del capitalismo financiero y la naturalización de la desigualdad y la desmemoria. Es un paso atrás con el voto democrático. Pero no es, no debería ser, el fin de la historia; ni es volver a los 90 ni a la dictadura. No lo es porque la historia progresa, y si regresa lo hace parcialmente. Tampoco fuimos y no vamos del kirchnerismo al chavismo como agitaron los grandes medios y los dirigentes de la oposición. El escenario regional que viene es con un chavismo en retroceso en el cual debemos reordenar nuestras alianzas, y reforzar nuestra relación con el Brasil, Bolivia, Ecuador y Cuba. Ayudar al pueblo de Venezuela que lo necesita, y sugerirle fraternalmente a su gobierno que no se encierre.
El kirchnerismo trata de que lo táctico y estratégico no se confundan en el mismo acto del balotaje. Se pertrecha de acuerdo a su modo de construcción: sosteniéndose exclusivamente en los cuadros. Una eventual derrota abre fuertes interrogantes sobre el futuro del peronismo, del kichnerismo, aunque, también se generan muchas preguntas sobre un gobierno de Macri. Parece, en principio, que la continuidad del peronismo está en su ADN. Siempre está parado arriba del péndulo hacia derecha o izquierda. El kirchnerismo es el movimiento a “siniestra” del péndulo con los límites propios del reformismo puestos por la propia impronta justicialista. Ni siquiera le cabe a su propio terreno, sino a uno vecino, la palabra “desarrollismo” (usada por el sciolismo), en contraposición intrasistémica peronista a la denominación “Economía Popular de Mercado”, oxímoron inventado por Carlos Saúl Menem en su alianza con Álvaro Alsogaray.
En el escenario está puesta, en forma ostensible, la palabra sagrada o profana de CFK, cuyas alocuciones orales, o en las redes, se convierten en inquietantes para el candidato a presidente por el FpV; que sabe que hay una voluntad electoral negativa respecto de Cristina y no sobre él, en votantes de Massa y de Rodríguez Saá.
Cuando la prudencia obliga a la Presidenta a unos días de silencio, aparece el inefable Aníbal Fernández, para decir lo que a CFK. le gustaría decir. Pero, también pueblan el escenario Urtubey, que es un alter ego de Scioli, a los que le contesta Urribarri y / o Zannini. Y habla nuevamente Aníbal para denunciar su derrota con el “fuego amigo”, y habla Randazzo para establecer la vigencia de sus cuentas pendientes. Y habla Horacio González sobre los gustos musicales de Scioli, y habla Karina para defender a su esposo-candidato, y habla Forster para recordarnos que Scioli es una emergencia no querida. Dolina le contesta a Horacio González y le enrostra una “superioridad moral”. Kicillof sale a decir que “Massa es un forro”, en momentos en que Scioli intenta seducir a sus votantes. Uno tiene ganas de decir ¡¡¡BASTA!! ¿Cómo era eso de “primero la patria”…..?
Todos estos cruces parecen de distintos partidos pero son del mismo, aunque hablar de Partido es una exageración lingüística, una palabra vacía, que sólo se llena para la excusa electoral. Inclusive en el límite de la corrupción lingüística, la cloaca se completa con la palabra “Cáncer”, o mejor dicho el eufemismo: “centros oncológicos”, anunciando su cierre si Macri fuera presidente.
Por otro lado se viraliza un Prat Gay tratando de vomitar una explicación sociológica sobre la Argentina, a través de su mirada discriminatoria y antidemocrática. Palabras identificatorias de un mitrismo trasnochado. ¡¡Un pelotudo grande!!
Mientras tanto, se emitían voces caracterizando a Scioli como una especie de paracaidista polaco que llegó ahí no sabemos cómo. A ninguno de los prestigiosos interpeladores se les ocurrió transitar el hilo de la causalidad. ¿Por qué Scioli llegó ahí? Y no lo hacen no porque no lo sepan, es porque formularse la pregunta implica estimular una interpelación a quién no se puede interpelar. Randazzo, en cambio, avanzó en un juicio a la conducción.
Algún progresismo cayó en la patética entronización de Randazzo como si fuera el Comandante Segundo; y emitió argumentaciones para justificar su posición respecto a una interna. Interna que la Presidenta desestimó, eligiendo al que más medía. Mientras íbamos de la supuesta confrontación por la presidencia desde el FpV a la separación de Randazzo, las redes se llenaron de voces anti Scioli, cuyos autores hoy, no resistirían volver a leerlas.
Todo el escenario está colmado de palabras y más palabras, que muy pronto serán olvidadas, o caerán como hojas muertas. Massa ha sido un artífice superior en la producción de títulos mediáticos. En cambio, Mauricio Macri, guarda una estratégica economía de expresiones, midiendo cada término y limitando las apariciones públicas de Carrió. Pese a eso, a veces, se escapa y hace temblar a sus cuidadores.
A pesar de todas las palabras fúnebres o esperanzadoras que habitan por estas horas en el kirchnerismo, hay que considerar que en términos reales y no ideales, es Scioli el candidato de la “continuidad”. Y si esa continuidad es mantener la imaginación al poder del kirchnerismo, es obvio señalar que el gobernador es el candidato equivocado. Porque el k. representa una promesa ideológica que no tiene límites ni fronteras; y su capital cultural poco tiene que ver con el de Scioli. Pero, repetimos, no es el momento para dirimir estas cuestiones.
Esto quiere decir que cualquier realidad a partir del 10 de diciembre que sobrevenga en un gobierno de Scioli, puede quedar a disposición del gatillo de la negatividad desde el propio kirchnerismo Dentro de la amplitud heterodoxa, ante un escenario en que los indicadores macroeconómicos están en problemas, pueden adoptarse instrumentos (algunos ya los usó Kicilloff) que son hijos del recetario liberal. Claro, en manos de Scioli es confirmar la sospecha de traición; en manos del Ministro de Economía, es táctico.
Por otra parte, ¿es posible pensar en un Scioli, que quiere también expresar el “cambio”, pueda gobernar con la máscara de Fernando VII? No; no es posible pensarlo.
Es paradójico que al kirchnerismo, que cuenta con un arsenal nutrido de palabras, le faltan precisiones que superen la mención. Caracterizar el “todo”, “modelo”, y “proyecto”, supone el desenvolvimiento político del peronismo y del kichnerismo; su propósito, más allá de mantener o conquistar el poder. Encontrar el sentido del poder que no sea su propio uso, que no sea agotarse en sí mismo.
Como vemos, hay palabras también en suspenso, demoradas, dichas en voz baja, solamente tituladas, o entre bambalinas. Es posible que entremos en una etapa en que la hipérbole deje el paso para una voz más mesurada, pero potente y con la fuerza de la realidad. Tal vez las contradicciones de todo tipo que hoy tensan el escenario político, se acerquen a su conclusión y al nacimiento de otras contradicciones.
Vale señalar que, independientemente del resultado del ballotagge, Scioli amplió el sentido y el gesto de su discurso porque necesita salir del cerrojo electoral: voto negativo a Macri, voto negativo a Cristina.
Las palabras seguirán persiguiendo la verdad. Mientras tanto, hacen historia, a veces en forma de historieta, o en forma de epopeya. Uno está tentado a escribir “palabras vanas” pero tal aseveración supondría discriminar los tipos de palabras y ponerlos en un lugar, de la discrecionalidad autoritaria. Las palabras son las palabras y todas las que ingresan al campo público o privado tienen un sentido. Y su valor en lo político es el que determine la disputa colectiva. Hay palabras que resisten el tiempo o son como mariposas que aletean vivaces y mueren al atardecer.
Comencé diciendo que la objetividad es casi imposible. Bueno, estas notas lo ratifican; y este montón de palabras intentan la búsqueda, tal vez imposible, por la verdad. Seguro que estas palabras u otras seguirán buscando.
Buenos Aires, 12 de noviembre de 2015
*Sociólogo y Analista político