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La opción

En la política, o en la vida misma, las opciones siempre están ahí adelante con sus enigmas y sus determinaciones, y nos enfrentan a dilemas todo el tiempo. Hoy, el movimiento peronista y el progresismo, enfrentan un dilema en una elección primaria, en la cual, según ciertos relatores, parece que nos jugáramos la vida. Lo esencial es recuperar seriedad en el pensamiento crítico y preguntarnos por el origen del pobre dilema que enfrentamos, porque esa pregunta crucial nos develará la necesidad de que el kirchnerismo de un salto cualitativo hacia la organización política representativa del pueblo en sus diversas formas. Es evidente que esta organización requiere ser conducida. Y eso no está en discusión.

 

Por Ricardo Rouvier*

(para La Tecl@ Eñe)

En la política, o en la vida misma, las opciones siempre están ahí adelante con sus enigmas y sus determinaciones; nos apuran, nos condicionan, y nos obligan a seleccionar un camino ante la imposibilidad fáctica de tomar dos al mismo tiempo. Después,  podemos arrepentirnos, o como ocurre habitualmente en la política,  olvidarnos y ajustar el pasado a un presente políticamente correcto. La opción también es madre de la convicción, de la definición ante una oposición de dos o más. Nos enfrentamos a dilemas todo el tiempo, y a sus consecuentes racionalizaciones. Uno de los factores de avance de la humanidad es la memoria.  Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Belzec, Dachau, la Esma, la represión francesa en Argelia, el genocidio armenio, etc.; permanecen, y son monumentalizados en acero o en huella mnémica para mantenerse en el preconsciente colectivo de la humanidad.  No repetir es un apotegma del progreso. Es un mandato civilizatorio sobre el cual hay conciencia. Hay que “agregar” y el ponerlo al final, y esto no es inocente frente a los progroms del stalinismo. Durante muchos años, las izquierdas (que incluye al peronismo de izquierda) han negado la violación de derechos humanos en la URSS (ver El Fantasma de Stalin – de Jean Paul Sartre). Y esto es un movimiento tan humano como imperfecto de la consabida incompletud del hombre. También la reconstrucción de la historia dándole un formato de “relato” (palabra justa pero tan bastardeada en la actualidad); y no hay relato si no hay escotomización, sustracción, acomodamiento de acontecimientos imponiéndole un dispositivo de racionalización.  Es decir, que estamos cerca del espanto o de la luminosidad humanitaria. Freud lo había advertido, influido por la enorme experiencia pedagógica de la segunda guerra.

 

Tenemos que hacer un fuerte ejercicio de memoria, ponerlo frente a nuestros ojos, darle la consistencia testimonial de lo estatuario, para evitar que el trabajo del olvido lo disuelva en una cultura que ya fue bautizada eficazmente por Baumann como “liquida”, agregaríamos “versátil”, “mudable”, “voluble”. Esa característica de la actualidad hegemónica encuentra los límites en el confín del mundo (confín visto desde los países centrales), y uno se encuentra con ISIS o las alternativas reformistas en Latinoamérica. Aquella basada en una estrategia de sobrevivencia, o extinción (mato o me matan), o ésta, pacífica y democrática. Hay que agregar a este escenario, las contradicciones internas que proliferan en la multipolaridad de intereses comerciales o financieros contrapuestos, pero todos dentro del océano capitalista. Y ese océano, a veces embravecido, tormentoso, siempre desafiante, ubica a la periferia en el punto culminante de optar por el neoliberalismo o construir su propia heterodoxia.

 

Hoy en nuestro humilde sur de las pampas argentinas tenemos un planeta de políticos que giran atentos a la palpitación profunda del pueblo. Decimos pueblo y debería surgir la pregunta crítica por excelencia desde la tradición política popular: ¿Qué es el pueblo hoy? Sabemos que  ha dejado de ser sujeto, y su identificación identitaria supone un debate central en los movimientos populares y las izquierdas. La sospecha, cuya elucidación supera esta nota, es que la opinión pública habría reemplazado al pueblo en las democracias modernas.

Hoy el dispositivo electoral en la democracia occidental nos mantiene en la opción republicana y democrática, aunque cada vez más ajena al Ágora griega.  Es decir, que se ha acentuado lo indirecto de una democracia de elites, se ha acentuado el distanciamiento entre el soberano y sus representantes. Puro elitismo: de derecha o de izquierda.

 

Entonces, ¿por qué se invoca al pueblo permanentemente desde el progresismo hasta la nueva derecha populista? Es una forma de suscitar simbólicamente su presencia desde su ausencia. Esa es la tragedia del político, sobre todo en los extremos de izquierda, cuando se dice “pueblo” y no hay nadie. Ese vacío posibilita muchas acciones y prácticas que si el pueblo participara no ocurrirían; los procesos de burocratización y de alienación de la dirigencia se fundan en esta brecha insalvable.  

 

La sociedad del espectáculo ha logrado convertir al cuerpo social en auditorio. En públicos, segmentados desde la hegemonía del mercado, conquistando lo público-político. La ciudadanía convertida en clientela es una de las maneras de bastardización de la voluntad general. Lo colectivo desplazado por la atención personalizada del comercio minorista expresa el ideal liberal.

En ese panorama general, la presencia de la militancia, la juventud con sus entusiasmos, y  plazas fervorosas ocupadas por una multitud alegre, retempla el espíritu de la política y devuelve, por lo menos por un rato, la presencia inmediata del pueblo como propulsor de las grandes decisiones.

 

Esto mantiene los fuegos sagrados de un palpitar transformador, aunque no debería nublar la razón de que el proceso tiene sus fortalezas y debilidades, sus avances y retrocesos. Su principal avance, además de un país más moderno y más justo que en el 2003, es el poner sobre la mesa las cuestiones centrales de la equidad social.  Su principal debilidad, la ausencia de estructuras políticas que expresen y manifiesten en el escenario su poder y aseguren continuidad. Cristina Fernández es toda la institucionalidad de transformación, eso se mantiene dentro de la lógica de la autoridad del gobierno y del Estado. Fuera de ella, está todo por hacer. Cristina no puede reemplazar a los empresarios nacionales, a la o las CGT, a los estudiantes, a los intelectuales, etc., que deberían constituir las columnas organizadas del kichnerismo.

 

A pocas semanas de las elecciones, los  grados de libertad de los militantes y de los votantes kichneristas son puestos en juego ante la opción que pone la Presidente (que no fue completamente creada porque en el caso de Scioli está auto producido en el desarrollo de la prestación de servicios electorales al kirchnerismo). 

 

 

Alrededor de los candidatos, en que ninguno es un par de Néstor o Cristina, se generan consensos parciales (el kirchnerismo más puro con Randazzo. Con Scioli, el kirchnerismo más flexible, buena parte de la dirigencia sindical, varios gobernadores e intendentes -Urtubey lo hizo público-, más independientes, más el establishment con Scioli). Ahora, en la producción discursiva del kirchnerismo se construye un clima en el cual votar a Scioli o Randazzo se convierte en una opción trascendental y pseudo-revolucionaria. Al punto que algunos dirigentes y muchos militantes consideran que en esta elección de las PASO se juega el destino argentino. Se manifiesta a fuego por algunos, que el dilema de hierro, tiene el fuego del infierno en una de sus puntas y al Edén en otra. Por supuesto que esto no es así, y que la realidad luego amansa los duelos y los convierte en alternativas políticas. Eso sí, es un dato no menor saber que el personalismo y la debilidad orgánica hace que los nombres conlleven el destino de todos.  Cosa que fragiliza los proyectos, los debilita en su historicidad, excepto cuando la misma historia nos pone de cara a los hombres o mujeres providenciales.

 

Todos reconocemos el valor fundacional del kirchnerismo en manos de sus padres: Néstor y Cristina, y también sabemos que no hay mejor continuidad que la propia CFK. Pero, también sabemos que esta verdad está sometida a las circunstancias del implacable poder del Dios Cronos. Esto quiere decir que de la mando de su conductora, el kirchnerismo  debería fortalecerse en su constitución, evitando la fragilidad de la propia existencia o la fortaleza de los acontecimientos no fastos que nos puede deparar el futuro. El proyecto proviene del fondo de los tiempos históricos y continuará en una utopía renovada, que va reduciendo nuestras vidas a un paso, a un tránsito en una escalera, tal vez infinita, de la emancipación.

 

No obstante, en una suerte de delirio, aparecen en las redes viejos militantes haciendo recomendaciones, apelando a un Clausewitz de bolsillo y a un  Perón-Lerou, para explicitar que hacer para desbaratar la candidatura de Scioli.

 

Ambos son un paso, un simple paso en el largo camino, y su conversión en el bien o el mal, es pura contemporaneidad, pérdida de perspectiva. Por supuesto, que no es un paso menor, y por supuesto que el camino está en peligro, pero siempre está en peligro, y si se nos permite la impertinencia, está en peligro desde el mismo momento que nació. En la Revolución a los enemigos se los fusila o se los echa; en la Reforma, a los adversarios se los sienta en la misma mesa. Monsanto, Chevrón, Microsoft, Dadone, las otras corporaciones, los bancos internacionales, son contertulios y se los regula, se los vigila. En democracia, y siendo reformista, uno no está exento de la difícil operación de utilizar los instrumentos legales del régimen para contrarrestar las operaciones hegemónicas del mismo régimen. Pavada de problema, cómo reformar andando con el mismo barco de la dominación. Cómo cambiar si la cultura es la cultura profunda de la hegemonía democrática liberal, y el capitalismo de mercado y sus dispositivos corporativos.

 

Lo interesante es preguntarnos por lo previo. Por qué llegamos a este dilema de calidad menor en relación al carácter epocal del kirchnerismo. Y la respuesta se encuentra en la misma personalización de lo político, en la falta de participación, y en la construcción de elites lúcidas, pero elites al fin. Es probable que el próximo gobierno sea del Frente para la Victoria, y es probable también que mantengamos dominio en ambas Cámaras, la mayoría de las gobernaciones, y muchas intendencias. Lo que para muchos es “traición” anticipada, para Maquiavelo sería construcción natural del propio poder del Príncipe. La tensión que esto provocará requerirá de inteligencia de las partes para no colocar un elefante en una cristalería, evitando cimbronazos en la gobernabilidad.

 

Scioli es lo que es, y no mucho más podemos decir de Randazzo. Es lo que es. Esto quiere decir que ninguno de los dos puede asegurar que es el alma mater del kirchnerismo. Porque como fue dicho antes, la esencia no existe fuera de CFK. El margen izquierdo del kirchnerismo ha optado por demonizar a Scioli y  santificar a Randazzo, con la arbitrariedad que da el hecho de que de uno, el gobernador, se sabe casi todo, y del Ministro no se sabe casi nada. Aquella metáfora del embudo que hemos usado en este mismo espacio hace tiempo ya, se ha cumplido: la salida es muy pequeña en relación a un volumen anterior mucho mayor.

 

A pesar de esto, no pensamos en el final del kirchnerismo sino justamente en un salto de conciencia en que necesita vitalizarse a partir de la propia conducción, en la lucha política que sobrevendrá. Si es Macri el próximo presidente, éste tendrá una funcionalidad ordenadora de todo el espectro político, y el peronismo y el kirchnerismo seguirán aunados en la oposición, pero si el próximo presidente es del FpV, ahí habrá que ver el grado de continuidad y el grado de cambio que adoptará la nueva administración.

 

El objetivo siempre es el mismo: el proyecto nacional y popular, con una  conducción que no está en discusión. Lo que estará en debate es si la gestión sigue el camino indicado o si se desvía del mismo. Considerando que no es un dogma religioso con principios rigurosos, sino que estamos en el campo del reformismo, navegamos en el espacio de la heterodoxia, y por lo tanto lo fundamental es el rumbo que se mantenga, amén de que algunas decisiones tácticas, que puedan tener las oscilaciones propias de las coyunturas.

 

Al comienzo de esta nota hablamos de los dilemas y la memoria. La humanidad camina o progresa y pone en discusión esta misma afirmación de progreso. El concepto está en el debate ideológico profundo. ¿Las hegemonías mundiales progresan? Nosotros tenemos la experiencia del progreso, y podemos asegurar que nuestra patria es más justa, más desarrollada y más libre que en el 2003.

 

Hoy, el movimiento peronista y el progresismo enfrentan un dilema en una elección primaria, y parece, según algunos relatores, que nos jugamos la vida. En primer lugar, hay que recuperar seriedad en el pensamiento crítico y preguntarnos por el origen del pobre dilema que enfrentamos; porque esa pregunta crucial nos develará la necesidad de que el kirchnerismo de un salto cualitativo hacia lo orgánico. Hacia la organización política representativa del pueblo en sus diversas formas, llámese Partido, llámese movimiento, llámese como se quiera, que integre a lo político, a la clase trabajadora organizada, al empresariado nacional, a los intelectuales, a los estudiantes, a los legisladores, a los gobernadores, a los intendentes.

 

Es evidente que esta organización requiere ser conducida. Y eso no está en discusión,  porque su conducción es y será aquella persona que ha demostrado poder hacerlo y que garantiza el proyecto, y esa persona es inequívocamente, Cristina Fernández de Kirchner.  Esa es la tarea por realizar, sea quien sea el presidente que intentará construir, naturalmente, su propio poder; y el movimiento tendrá que luchar por su organización, que  apoyará a CFK y la sostendrá en su conducción; y apoyará críticamente al nuevo gobierno si es del FpV o será la principal oposición si gana Macri.

 

 

 

*Sociólogo y analista político

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