Por qué Scioli
La difícil tarea de lograr el desarrollo independiente y con cierto grado de autonomía nos enfrenta con sólo dos caminos posibles: Uno, impulsar la demanda interna para asegurar un mercado propio y a la vez sustituir importaciones para evitar el drenaje de las divisas. El otro, es el de integrarse al mercado mundial pero como un simple engranaje dependiendo de decisiones del capital internacional. La disyuntiva es grave porque el país no cuenta con una burguesía con conciencia nacional.
Por Horacio Rovelli*
(para La Tecl@ Eñe)
Dada la estructura del capitalismo mundial, la particular situación de transición del capitalismo financiero y del capitalismo productivo donde se oponen y se complementan en una unidad de los contarios digna de Heráclito de Éfeso, queda claro que los EEUU reconvierten su economía para incrementar la productividad del trabajo, para lo cual necesitan abaratar el precio de la energía y de las materias primas, por lo que además de producir ellos mismos más petróleo por el sistema de fracking (fracturación hidráulica), consumen unos 20 millones de barriles por día (de 163 litros cada uno) y alcanzan a producir casi la mitad, lo que hace que hoy en día Texas produzca más barriles diarios que Irán. Consolidando ese proceso, hacen jugar la revalorización de dólar para que los insumos le salgan más barato en su moneda, que también beneficia a sus empresas que pueden hacerse de activos con menor costo, pero lo tienen que hacer en forma planificada, con límite y cautela porque de otra forma no pueden administrar el déficit comercial que el año pasado fue de U$s 838.000 millones (un 20% más de lo que es nuestro PIB).
En ese marco de reconversión de la economía mundial, se da el fuerte incremento de la presencia de China y en menor medida de los restantes naciones llamadas emergentes, pero que han sabido amalgamar su mano de obra abundante con capacidad de adquirir conocimiento y disciplina laboral conformando un verdadero ejército de trabajadores, un Estado atrás capaz de planificar y orientar la producción y, de ese modo, acordar con capitales internacionales permitiéndole el retiro de jugosas ganancias pero obligándolos a invertir en máquinas y equipos y en desarrollo de tecnología en esos países, generando un modelo de crecimiento sostenido.
En ese marco, para nuestro país, que tiene tan solo un poco más de 40 millones de habitantes, con trabajadores activos que representan un 35% de su población, pero en su mayoría fuertemente capacitados y que cuenta con importantes recursos naturales (agua, tierra fértil, minerales – entre ellos el litio-,etc.) y con una baja dotación de inversión y de infraestructura, sumado a la lejanía de los principales centros de producción y de consumos, se torna difícil el desarrollo independiente y con cierto grado de autonomía.
Los caminos posibles son dos y solo dos: uno, impulsar la demanda interna para asegurar un mercado propio y a la vez sustituir importaciones para evitar el drenaje de las divisas, porque el crecimiento requiere compras de insumos y máquinas del exterior. El otro, es el de integrarse al mercado mundial pero como un simple engranaje dependiendo de decisiones del capital internacional
El segundo camino incorpora a las nuevas estructuras productivas a los trabajadores y empresarios que le son funcionales, pero excluye a los que no tienen cabida o no tienen condiciones para adaptarse a ellas. Es importante destacar que este proceso no solamente tiende a limitar la formación de un empresariado nacional, sino también clases medias nacionales (incluyendo grupos intelectuales, científicos y técnicos nacionales) e incluso una clase obrera nacional. El avance del camino planteado introduce una cuña a lo largo de la franja en que se encuentran los segmentos integrados y no integrados tendiendo a incorporar a parte de los empresarios locales como gerentes de las nuevas empresas y marginando a los no aprovechables, incorporando a algunos de los profesionales, técnicos y empleados adaptables y marginando al resto y a los que no lo sean, e incorporando parte de la mano de obra calificada o con condiciones para calificarse y repeliendo al resto y a aquella otra parte que se supone no tiene niveles de calificación técnica e incluso cultural para adaptarse a las nuevas condiciones (las economías inviables que mentaba Carlos Menem)
El problema grave que tenemos, y como sostiene Bombita Rodríguez, es que nuestra burguesía no tiene conciencia nacional. La burguesía que tenemos son los Rocca de Techint, que en la primera investigación seria en Brasil su CEO Ricardo Ourique Marques va preso por soborno y que su filial brasileña tiene prohibido participar en nuevas licitaciones de obras desde diciembre de 2014 por lo mismo. Que son los Blaquier de Ledesma, que no está preso por la “particularísima” justicia argentina, porque las pruebas y el grado de impunidad que tuvieron en las largas noches de los apagones son muchas y manifiestas. O los Macri, los Bulgheroni, los Pérez Companc, Pescarmona, los Pagani, todos, pero todos ellos enriquecidos por la dictadura militar que impulsaron y propiciaron y que les permite estar en la revista Forbes entre las 500 personas más ricas del mundo (En un país, la Argentina, que los enriqueció y que tiene severas faltas de dotación de capital)
A ellos lo único que les interesa es su negocio, que tiene varias facetas productivas (con súper explotación de la mano de obra) y financieras (fugando capitales y trayendo parte como crédito para endeudar al país). Esa burguesía no tiene reglas ni límites, sí se las impusieron en su momento Juan Perón, o Arturo Illía, derrocados por dictaduras militares los dos (Perón en 1955 e Illía en 1966). Trató Alfonsín en la gestión de Bernardo Grinspun, pero después se rindió, reconoció la deuda externa generada por la dictadura como legítima y los llamó “capitanes de la industria” (a semejantes sátrapas y parásitos). Y Néstor Carlos Kirchner, quién tras la debacle del año 2002, sin una fuerza política y social por detrás, logró establecer e imponer reglas de juego que les permitió ganar mucho dinero, pero también pagar impuestos e invertir impulsando un modelo de crecimiento y de mejora en la distribución del ingreso que duró hasta el año 2012.
Con haber logrado configurar un nuevo modelo de producción y distribución, y haber negociado la deuda externa como lo hizo, con una quita del capital del 65% en promedio y extendiendo los plazos de pago hasta el año 2038 (comparemos con el caso griego que no tiene ninguna quita y que debe subordinarse al plan del FMI-Banco Central Europeo y Unidad Europea) Néstor Carlos Kirchner demostró que hay un camino y que con patriotismo, inteligencia y decisión se debe transitar.
La llegada de Axel Kicillof implicó el fin del modelo y el ordenamiento de las cuentas para que la transición sea lo menos dolorosa posible, de allí el ajuste cambiario oficial que lo duplicó en algo más de tres años (valía $ 4,60 en diciembre de 2011 a $ 9,20 al 31 de julio 2015) y que la presión a la depreciación de nuestra moneda es mayor por un dólar paralelo que a la misma fecha valía el 60% más que el oficial. Sumémosle la persistente suba de la tasa de interés, y el compromiso asumido que a partir del 1 de enero de 2016 van a desaparecer las DJAI (Declaraciones Juradas de Anticipo de Importación), permite que, ante el fin declarado y sentenciado del modelo, un nuevo gobierno tenga las manos libres para actuar.
Y allí los interrogantes, dado que vemos loable que la Fundación DAR, presidida por José “Pepe” Scioli (hermano de Daniel Scioli) y que tiene como coordinadores a Mercedes La Gioiosa (con quién trabajé alguna vez y me merece el mayor de los respetos) y Sergio Woyecheszen, actual Subsecretario de Industria, Comercio y Minería de la Provincia de Buenos Aires, planteen un programa y una política sobre “los eslabones débiles o ausentes de cada cadena de valor”; se fijen prioridades en materia de capacitación según sector de actividad, incluyendo oficios, uso y manejo de nuevas tecnologías y calidad; y se estudien las necesidades en la asistencia para la implementación de normas técnicas y de calidad, con lo cual están planteando un modelo productivo y distributivo en base al trabajo nacional.
Pero lo cierto es que esa burguesía nacional (nacional porque opera en el país) piensa otra cosa, los vemos en los trascendidos de sus reuniones, en los acuerdos dentro del seno de la UIA entre Pagani de Arcor y Rocca de Techint, de éste último con Eurnekián, Cartellone y los Roggio en las cámaras de la construcción, y de todos ellos con Héctor Magnetto en AEA (Asociación Empresaria Argentina); si ellos se unen y coinciden en el diagnóstico, y buscan como insertarse en la economía mundial haciendo base en nuestro país pero desinteresándose de la suerte de millones de argentinos que quedan afuera de su “particular” integración al mercado mundial, el futuro es solo de ellos.
Uno de los dos bandos está equivocado, o ellos o nosotros. Presumo que ni el mismo Heráclito se hubiera imaginado (544 a 484 años antes de Cristo) la solución de semejante contradicción, por más que todo cambia, que todo fluye y que no nos bañamos dos veces en el mismo río.
* Economista especializado en temas fiscales y monetarios. Profesor de Política Económica en la Universidad de Buenos Aires. Ex Director de Políticas Macroeconómicas del Ministerio de Economía.
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