Comunidad, democracia y política en la argentina
La comunidad es la crisis que compartimos ¿Puede la política democrática ayudar a superar esa crisis? ¿Lo está haciendo hoy? La respuesta no es simple pero sí puede afirmarse que progresamos en esa dirección, aun cuando ese progreso conlleve deformaciones indeseadas y mascaradas desviantes
Por Samuel M. Cabanchik*
(para La Tecl@ Eñe)
Lautaro Dores
“No hay comunidad en la Argentina”, sentenció H. A. Murena en unas notas que publicara en en 1957. El objeto de dichas notas era indagar sobre la significación de la crisis argentina. ¿Está la Argentina en crisis? ¿Lo estaba en 1957? ¿Y qué querría decir con que no hay comunidad?
Para Murena nuestra crisis hunde sus raíces en tiempos fundacionales. Es una dimensión constitutiva de nuestra vida en común, o de nuestras dificultades para tener una, para aceptar en su plenitud las dimensiones de la existencia en las que se cifra el destino humano de nuestra vida: el tiempo, la historia, la patria como una memoria y una sensibilidad nutricias y envolventes.
Claro que entonces como ahora, diríamos con Murena, podemos identificar manifestaciones de esa crisis en síntomas sociales, económicos y culturales, pero no dejan de ser insuficientemente comprendidas si no se las vincula a los elementos primordiales conlos que se hace una comunidad, y que proveen a ésta los medios para su organización y vitalidad políticas.
No es que no exista comunidad en la Argentina, pero existe en condiciones crónicas que dificultan la expresión organizada de la vida colectiva. Sin embargo, no estamos en la misma situación que en tiempos de Murena, pero sí a menor distancia de lo que sería deseable o llegamos a creer, después de una continuidad democrática de más de treinta años, algo inédito en toda nuestra historia nacional, si somos estrictos.
A lo que Murena se refería en aquellos años, era a nuestra inveterada dificultad para instalarnos plenamente en la vida democrática.Si bien superamos los golpes y dictaduras militares, que constituyeron el aspecto manifiesto más oprobioso de ese odio a la democracia, no lo hemos hecho a favor de un sistema de representación política que contenga la división del todo comunitario en partidos que regulen y estabilicen la división, es decir, que hagan posible la administración del conflicto en términos menos conflictivos, pues de lo contrario comienzan a fracturarse y desligitimarse a sí mismos hasta volverse insignificantes, impotentes, hasta parecer estar demás, que es precisamente lo que piensa y quiere el demonio golpista.
Lo que actualmente llamamos democracias, incluso la argentina, son más bien en mayor o menor grado “oligarquías” que, según sea ese grado, la naturaleza de su formación y de su orientación, pueden favorecer u obstaculizar el progreso democrático, ¿pero no habría un mínimo que cualquier democracia, por deficitaria que sea, debe cumplir?
Al menos podemos pensar en algunas pautas muy generales, pero Jacques Rancière lo ha hecho por nosotros:
podemos enumerar las reglas que definen el mínimo por el cual un sistema representativo puede
declararse democrático: mandatos electorales cortos, no acumulables, no renovables; monopolio
de los representantes del pueblo en la elaboración de las leyes; prohibición a los funcionarios del
Estado de ser representantes del pueblo; reducción al mínimo de las campañas y de los gastos de
éstas, y control de la injerencia de potencias económicas en los procesos electorales.
("El odio a la democracia", Buenos Aires,Amorrortu, 2007, página 104)
La inspiración de estas reglas es obvia: la estructuración de un sistema en el que se limite al máximo la capacidad de la formación de élites, corporaciones o facciones minoritarias, que encuentren en la formalidad de ese sistema, subterfugios para negarle a cualquiera el acceso al poder.
Pero por su parte, en la dirección contraria, un sistema que favorezca ese empoderamiento de cualquiera, estará expuesto a la formación de grupos, pues el individuo por sí mismo, aislado, pierde las condiciones mismas para ejercer el poder que le concierne y que sólo en comunidad podrá desarrollar – e incluso del “efecto multitud”, que es el exceso definitivo de la democracia como contenido en relación a toda forma, cabría decirse otro tanto -.
¿Por casa cómo andamos?, nos preguntamos ahora. ¿Estamos más cerca, igual o más lejos de la democracia verdadera que en tiempos de Murena? En la medida en que entonces reinaba el ciclo de las dictaduras, estamos más cerca, vivimos en un régimen democrático que regula un estado de derecho, por parcial e incluso “oligárquico” que sea.
Pero el mínimo formulado por Rancière, tibiamente representado – y después abandonado - por el alfonsinismo, después del interregno neoliberal menemista regresivo, volvió más caliente, pero en una versión populista que, emparentada con los ideales de una democracia más plena, no llegó a romper los lazos con los poderes oligárquicos regionales y nacionales del país, más allá de que enfrentó con determinación a algunos y coexistió con otros.
La comunidad es la crisis que compartimos, como diría Murena. ¿Puede la política democrática ayudar a superar esa crisis? ¿Lo está haciendo hoy? La respuesta no es simple pero mi evaluación es que progresamos en esa dirección, aun cuando ese progreso conlleve deformaciones indeseadas y mascaradas desviantes. Incluso el actual debilitamiento de los partidos políticos y la licuación del debate, no tiene por qué ser una recaída en el descrédito de la política y el retorno de la anti política autoritaria.
Mi impresión es que el triunfo del populismo en la Argentina es un paso dialéctico positivo aunque insuficiente, posibilitado por el momento alfonsinista y completado por lo que considero su punto de culminación con el kirchnerismo. Lo que a la luz de esta perspectiva hay que decir, es que el salto cualitativo no podrá venir de una reedición de viejas antinomias, o de su entre un “republicanismo” difuso sostenido de la demanda comunicacional y un partido de gobierno que devenga facción minoritaria en lugar de superación transformadora hacia el porvenir.
Buenos Aires, 8 de noviembre de 2015
*Para un desarrollo más amplio, véase (Galerna, 2015)
**Filósofo, ex senador