Duplicidad del peronismo
A partir del gobierno de Carlos S. Menem, se advierte un doble proceso en la política argentina en general, y en el peronismo en particular: la peronización de aquella y la desperonización de éste. En otras palabras: el peronismo devino matriz de la política nacional a expensas de su propia identidad. A continuación nos proponemos explicitar el sentido de esta tesis e indicar sus diversas capas de significación: la histórica, la política y la epocal.
Por Samuel. M. Cabanchik*
(para La Tecl@ Eñe)
La historia
La conformación del peronismo en los años cuarenta y cincuenta, es la gran novedad de la política argentina en el contexto del afianciamiento de la sociedad de masas, la aceleración de la sociedad industrial y el mundo bipolar surgido de la posguerra. Vino a ocupar un lugar preponderante en la integración social y política de una población exponencialmente creciente, confrontando con las formaciones partidarias previas, en especial el radicalismo, y con la expresión militar preponderante, que representaba a la vez y de un modo confuso, los intereses de la vieja oligarquía y del nuevo orden capitalista en vías de globalización.
En el proceso de su conformación y de sus dos gobiernos hasta el golpe militar que lo derrocó, el peronismo alcanzó una identidad política clara, representando a las nuevas mayorías obreras, no sólo a las sindicalizadas, y a una porción importante de la clase media. Además, los intereses de la burguesía nacional industrial no le eran ajenos, pues sus políticas estimularon su desarrollo.
Frente a esta identidad, la confluencia entre conservadores, liberales y aun socialistas, integrados o no al partido radical, o vinculados a las fuerzas armadas, se subordinó a una identificación negativa u oposicional, como suele ocurrir en la cristalización de una dicotomía. Así, en aquellos años había una identidad política potente y clara: el peronismo, que dividía aguas al punto de inducir el surgimiento del anti peronismo, cuya negatividad llevó, progresivamente, al debilitamiento de todas las otras expresiones e identidades políticas, dejando en pie como único o decisivo rival del peronismo a lo que, abusando del lenguaje, se dio en llamar más de una vez "el partido militar".
A tal punto fue robusta la identidad peronista, que se mantuvo como mayoría política con su líder en el exilio durante dieciocho años, un fenómeno que cuesta entender en la dinámica actual de la política nacional. Pero con Perón muerto y la derrota del peronismo a manos del alfonsinismo, - la mayor expresión del radicalismo en toda su historia -, comenzó un proceso de licuación de esa identidad.
El radicalismo alfonsinista, a pesar de sus logros y esfuerzos, no constituyó una hegemonía y su debilitamiento paulatino llegó a ser tal, que dentro del peronismo el sector que más se le aproximaba, perdió la interna a manos del menemismo. Ya en el gobierno, éste conservó la referencia peronista a través de la territorialidad de los peronismos provinciales, cuya expresión en el Senado también le fue aliada. Por otra parte, su base representacional siguió estando próxima a la de su identidad histórica, pero esta identidad se fue resquebrajando en los planos simbólicos e ideológicos hasta que de la crisis del 2001 emergieron dos peronismos, ninguno de los cuales retuvo la identidad fundacional, aunque el kirchnerismo recuperó, con notorias variaciones, bastante de la misma. Ambas expresiones batallan por el control de la territorialidad peronista, no por una sustancia ideológica ya difícilmente discernible, toda vez que se preste atención a la conformación interna de los respectivos espacios, y la facilidad con que se entremezclan y pierden sus límites.
Paralelamente a la reducción del peronismo al control territorial, en la vereda de enfrente los perfiles ideológicos se fueron desdibujando, bajo un predominio de comportamientos miméticos de los típicos caudillismos peronistas. Como síntoma más elocuente, cabe destacar las varias alianzas radicales con expresiones “neoperonistas” y, en la actualidad, con una alianza que, prima facie, podría calificarse de “neoconservadora”. Estas alianzas acentúan algunos rasgos idiosincrásicos del peronismo, como la territorialidad, el caudillismo, los personalismos y la indiferenciación ideológica, pero sin una transformación concomitante de la base representacional. Para profundizar en esta orientación de nuestro análisis, se requiere desplazarnos a la dimensión específicamente política.
La política
Si limitamos, a los fines de nuestra exposición, la dimensión de la política a la representación formal y electoral de formaciones sociales, económicas y culturales, percibimos la dificultad de mantener delimitaciones nítidas en términos de clases o similares, correlacionadas en paralelo a los espacios políticos articulados en la actualidad, incluido el peronismo en su identidad histórica.
En efecto, preguntémonos: ¿sigue representando el peronismo lo que representó en los tiempos de su constitución histórica? ¿Se enfrenta, por otra parte, a partidos políticos que expresen, por ejemplo, a las nuevas oligarquías, o se separa netamente de la clase media históricamente representada por el radicalismo? Parece que las respuestas a estas preguntas son negativas. Lo que tiende a estabilizarse es la existencia de estructuras de poder que encuentran en la política un gerenciamiento o una administración acorde con la protección de sus intereses.
El efecto de la transformación del peronismo en la matriz de la política argentina, y el concomitante desdibujamiento de su especificidad, impacta de lleno en el sistema político en su conjunto. Hoy puede verse incluso, - lo que no es un síntoma menor de esta transformación – a dirigentes sindicales históricos del peronismo, entenderse y hasta aliarse, con expresiones políticas totalmente ajenas a esa tradición. Por otra parte, algunos dirigentes políticos surgidos de tradiciones “de derecha” o del ámbito empresario, se presentan como parte del peronismo – y así son aceptados – sin más requisito que el de esa auto presentación y su participación en la gestión pública o en contextos “peronizados” en forma muy vaga dentro de ella.
Más aún, si antes la identidad peronista determinó que sus rivales políticos se identificaran residualmente como anti peronistas, ahora ocurre más bien lo contrario: el peronismo es lo que no es cualquier expresión política o sectorial que se oponga a o se diferencie de la gestión del Estado, que precisamente se encuentra mayoritariamente en poder de formaciones de remoto origen peronista.
En términos estrictamente electorales, los referentes políticos surgen y se instalan dentro de la alianza entre la gestión del Estado y los medios de comunicación masiva, no como representantes de movimientos colectivos de base que producen nuevas subjetividades políticas. Así, dado que la gestión del Estado se presenta como una forma peronista, y los medios integran a aquellos gestores que tienen la ocasión de integrarse en ellos tanto por la vía de los negocios en común como la del espectáculo, el sistema político entero se vuelve homogéneo a lo que hereda al peronismo, pero ya no como identidad política sustantiva, sino como forma o matriz reproductiva de los códigos comunicacionales.
La época
Las condiciones epocales a nivel planetario se nos presentan como nihilismo cumplido, en el que todo ser se reduce a su valor de cambio comunicacional, y en el que éste, a su vez, se reduce a un sistema de créditos consistente en expectativas de expectativas sin referentes, sistema en el que se diluye toda identidad.
En la medida que la expectativa que manda es la gubernamentalidad, más en un país como el nuestro que padece ciclos reiterados al final de los cuales se escenifica el caos, - sea como presencia real o como fantasma -, el peronismo se constituye como fuerza de cohesión política de la sociedad, como una dominante sin identidad. Es dominante por su papel de matriz de lo político como tal, al punto que las opciones que se presentan para disputarle su dominio, sólo lo amenazan en la medida en que se le asimilan, se le acercan o directamente se mezclan con él. Por el contrario, los espacios políticos que siguen remitiéndose a un rasgo anti peronista, hoy corren el riesgo de ser vistos como anti políticos.
Así, de un campo político dominado por la identidad peronista, pasamos a otro dominado por su no identidad. (Todavía no está claro hasta dónde lo que se ha dado en llamar kirchnerismo, será absorbido por esta dinámica o la desafiará hasta romper con ella). En conclusión, en la actualidad política argentina, el peronismo como matriz es la política, pero ese peronismo ya no es el peronismo como identidad política, al menos en un sentido clásico todavía presente en su conformación histórica.
*Filósofo-Senador de la Nación (2007-2013)