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Una metáfora norteamericana

A la vera de la ruta se encuentran los donation bins, receptáculos por donde echar pertenencias que no son ya útiles para quien las posee, y para que sean enviadas a quienes las necesiten más. Pero no todo es tan prístino y solidario: Esas urnas dicen otras cosas. Son for-profits, es decir, esos agujeros para tirar impersonalmente lo que ya no sirve, pertenecen a empresas privadas con fines de lucro, y los materiales recibidos pueden ser donados o vendidos. La forma híbrida que asumen en su concepción y operación, con el lucro al frente y la caridad detrás, las vuelven, sin más, una metáfora norteamericana.

 

 

Por Sebastián Lalaurette*

 

(para La Tecl@ Eñe, desde los Estados Unidos de Norteamérica)

Vivo en un barrio cerrado, lo que aquí es muy común, pero no es esa la metáfora del título. No está muy lejos, sin embargo. Apenas se sale a la ruta, se hace una cuadra para la izquierda, o dos para la derecha, y ahí están las urnas, enormes y pintadas de colores vivos. La de la derecha (el lado oeste) es verde y pertenece a Better World Books, algo así como "Libros para un Mundo Mejor". Las del lado este son de otras entidades, están una junto a la otra, contra el paredón de una estación de servicio: "Shoes & clothing collection", dice la de color verde pálido, y la blanca y marrón, que más parece un baño de playa como los de los dibujitos animados, la parafrasea: "Clothes & shoes donation".

 

Son donation bins, receptáculos cuyo propósito queda claro aunque uno no sepa mucho inglés: quienquiera que tenga ropa o zapatos de más, o necesite deshacerse de una pila de libros, puede conducir hasta allí (también caminar pero acá casi nadie lo hace) y echar por el agujero sus pertenencias, para que sean enviadas a quienes las necesiten más.

 

Es típicamente estadounidense la impersonalidad y eficiencia del proceso al que se nos invita. Aquí todo el mundo tira y todo el mundo maneja y todo el mundo está en la suya, y aquí se nos invita a ir manejando para dar tirando, para dar sin ver, sin ser importunado por persona alguna de carne y hueso que agarre los libros, los zapatos, el abrigo, que nos haga preguntas o nos dé las gracias; sin ver siquiera una foto representativa de quienes recibirán el regalo. La ubicación estratégica de los recipientes (en la zona que podríamos llamar el Olivos de Atlanta) garantiza que cada día pasen por allí muchas personas en condiciones de dar y con poco tiempo para andar investigando ONG por ONG o recorriendo iglesias y escuelas.

 

Pero no hemos llegado, todavía, al meollo del asunto. Porque las urnas dicen otras cosas. Quiero decir, tienen impresas otras cosas, otras leyendas que responden tal vez a algún tipo de reparo legal. Y lo que dicen en todos los casos es que las organizaciones a que pertenecen son for-profits, es decir empresas privadas con fines de lucro, y que los materiales recibidos pueden ser donados o vendidos.

 

Es así, en ese orden: donados o vendidos (donated or sold), que el buzón de Better World Books (nombre y mensaje de ONG, realidad de empresa comercial) despacha el asunto. Un rápido examen de la página en Wikipedia referente a la empresa permite saber que numéricamente la venta va primero. Hasta 2013, BWB había donado 14 millones de dólares en libros y en abril de ese año la revista de negocios Forbes, en un artículo laudatorio, revelaba que los ingresos de de esa "empresa social" con 240 empleados alcanzaban ya los 65 millones. En su sitio Web se mezclan las ofertas de libros (tres por diez dólares, cuatro por doce) con mensajes sobre los beneficiados por las donaciones y el sector de "Impacto Social", con logo propio, donde se ofrecen libros alineados con la ideología de la responsabilidad social empresaria (como los de Muhammad Yunus, el "banquero de los pobres", o uno titulado Leaving Microsoft to change the world). Y, por si quedara alguna duda respecto de la proporción de lo recibido que se dona, en la parte superior de la página se nos informan ambos números: a la fecha, 17 millones de libros donados, 188 millones "reutilizados o reciclados".

 

A quienes venimos del país de la agachada no puede sino deslumbrarnos el cinismo con que una empresa privada se procura mercancía gratuitamente apelando a un mensaje feel-good como el de enviar libros ¡a Zambia! mientras el grueso de lo recibido se transforma en dinero. No hay que investigar mucho, sino simplemente leer el propio artículo benévolo de Forbes, para comprender que esa fue la estrategia desde el origen: la primera operación de los creadores de Better World Books, apenas salidos de la facultad, fue ir a un centro comunitario de aprendizaje y organizar una venta de libros donados utilizando el nombre del centro. Consiguieron el permiso comprometiéndose a entregarles la mitad de las ganancias, y se embolsaron la otra mitad. Diez mil dólares para ambos bajo el nombre de la solidaridad.

 

 

Es posible que haya una historia similar en el origen de cada una de estas compañías cuya inversión principal parece ser la compra y colocación de las enormes urnas, para capturar mercancía gratuita. No abundan las críticas a esta operatoria sino que más bien se la defiende. Las etiquetas aquí importan mucho, y BWB exhibe orgullosamente un logo que la certifica como una "corporación B". Wikipedia, siempre servicial, aclara: "no debe ser confundida con una corporación benéfica". Y, en efecto, esa "B" enmarcada en un círculo significa meramente que la compañía alcanza un puntaje mínimo en "performance social y ambiental" y que paga una cuota anual a la entidad (esta sí, sin fines de lucro) que se dedica a extender tal certificación.

 

Hay más todavía. Better World Books afirma que su trabajo permite dar un buen destino a libros que de otra manera habrían acabado en un basural. Y aquí la cosa se vuelve compleja y revela la verdadera dimensión de lo que ocurre. Por una parte, el argumento ignora la muy real posibilidad de que buena parte de tales libros pudieran ser donados en forma directa a organizaciones sin fines de lucro, como escuelas o bibliotecas populares, en lugar de ser captados por la compañía; sería improbable que estas organizaciones se deshicieran del material. Por otra parte, esa curiosa diferenciación al tope de su sitio Web, entre libros "donados" y libros "reutilizados o reciclados", permite sospechar que una parte no especificada del material recibido por BWB es descartado. Sería natural esperar que se tratara de una pequeña parte, pero hay ejemplos que despiertan inquietud, como el de Thrifts Recycling Management, la empresa propietaria de un centenar de buzones de recepción de libros en Oregon, que dona un cuarto de lo recibido, vende otro cuarto y destruye la mitad.

 

Es esto, tal vez, lo más triste para quienes amamos los libros. Se destruyen libros por todas partes. Éste es un país acostumbrado a tirar, a tirar, y hasta las bibliotecas públicas se desprenden rápidamente de material viejo para hacer lugar al nuevo, porque sería más costoso guardarlo o tramitar la logística de entregarlo a otras entidades. Muchas veces el descarte se hace sin ningún tipo de criterio, como en la Urbana Free Library donde se dedicó menos de un segundo por libro a evaluar qué quedaba y qué se destruía. Ya hace unos años el novelista Nicholson Baker le dedicó un libro investigativo, Double fold (Doble pliegue), a lo que consideraba la tragedia de los libros descartados en los Estados Unidos. El titulo es genial porque combina lo informativo con lo profundamente inquietante: refiere al test que se practica sobre los libros para determinar si vale la pena guardarlos o se tienen que tirar. Se toma una hoja, se la dobla para un lado y luego para el otro sobre la misma línea; si el papel se raja, a la mierda con el libro.

 

En estas circunstancias cabe entender que haya quienes consideren que Better World Books es la mejor opción, la que permite una mayor eficiencia en la llegada del material a las manos de quienes lo necesitan. Es difícil creerlo, pero también es difícil creer que una biblioteca pública pueda destruir material valioso en forma sistemática, y sin embargo es una cosa profundamente natural que así suceda en este país.

 

Si Better World Books, la empresa privada, fuera un engaño, si no enviara ningún libro a Zambia y simplemente timara al público vendiendo todo lo que recibe, sería fácil descalificarla como una anomalía, un caso delictivo. La forma híbrida que asume en su concepción y operación, con el lucro al frente y la caridad detrás, el lugar en que se ubica en comparación con charities ineficientes y bibliotecas eficientes en demasía, la logística confortable y anónima de la donación en una parada de medio minuto junto a la ruta, no permiten la conclusión tan sencilla y la vuelven, sin más, una metáfora norteamericana. 

 

*Periodista y escritor

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