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Cuando la oralidad es de derecha

En los balbuceos de la antipolítica sólo se tratará de aparecer como enunciando los inmediatos sentidos de una vida aceptablemente orientada, prevista y realizada en sociedad sin el procesamiento de novedad alguna, sino acatando normas permanentes, conocidas y aceptadas por todos, sólo enfrentadas a las provocaciones de los que romperían con esas normas por ambiciones indecibles, manifestadas en acciones malas desde siempre.  Una parte importante de los votantes de Macri está de ese lado, en ese tratar de seguir conservando y diciendo lo que no cuesta seguir suponiendo que es.

 

Por Oscar Steimberg*

(para La Tecl@ Eñe)

En el último período precomicial volvimos a descubrir que hay una palabra política que aparece como el retorno cotidiano a las simplicidades de un discurso -político- sin escritura. Es decir, un discurso que no fija sus construcciones de sentido de modo que puedan atenderse con alguna precisión más de una vez, como sí suelen hacerlo las que proponen claves para el acceso a las complejidades de sentido de lo social. Porque se trata de un discurso que habla de la sociedad o la política desplegando una oralidad que parece querer oírse a sí misma como solamente expresiva de un sentir, y que se postula además como la expresión natural de unas verdades que vendrían de siempre. 

 

Como sabemos, se trata entonces de un discurso que habla de política –de quién manda, de qué hace, de qué no hace- siempre en términos de valores imprecisos y generales, sólo recordables también en términos de esa oscura generalidad. Que invita a elegir y elegirse, en cualquier instancia de la decisión política, a partir del procesamiento de algo que se habría vivido como experiencia personal, separada de lo que podría percibirse como compartible con otros en un espacio social definible y discutible en tanto tal, porque sólo se estaría hablando de una experiencia que se cuenta como la de una memoria sin historia: una memoria que parecería querer mostrarse sólo expresándose, lejos de todo registro de las novedades de una historia que desde distintas perspectivas ha podido percibirse como empeñosamente cambiante y plural. 

 

Porque en los balbuceos de la antipolítica sólo se tratará de aparecer (ante los otros o ante uno mismo) como enunciando los inmediatos sentidos de una vida aceptablemente orientada, prevista y realizada en sociedad sin el procesamiento de novedad alguna, sino acatando normas permanentes, conocidas y aceptadas por todos, sólo enfrentadas a las provocaciones de los que romperían con esas normas por ambiciones indecibles, manifestadas en acciones malas desde siempre.  

Una parte importante de los votantes de Macri estaba de ese lado, en ese tratar de seguir conservando y diciendo lo que no cuesta seguir suponiendo que es. Pero de ese lado no eran los únicos. Ahí estaban también, como siempre en los espacios de la derecha, los que querían sentirse marcando, otra vez, la diferencia de clase, de estilo... 

 

Y ahí Macri tuvo buena suerte. Las divisiones del espectro político conservador mostraron una infrecuente posibilidad de atenuación, y entonces de fusión colaborativa. Como si se pudiera hablar al mismo tiempo -y como si se estuviera en cada caso hablando a uno solo- al pobre y al rico, al viejo y al joven, al local y al externo implicados, como interlocutores naturales, en su Discurso de la Sencillez. 

 

Esa sencillez tan parecida, en principio, a la de otros discursos. Por ejemplo, al de la confrontación entre hinchadas de fútbol... ¡pero aclaremos! La palabra del hincha de fútbol puede usar argumentos éticos pero sólo para atacar al contrario; cuando informe sobre su pertenencia le bastará con referir a orígenes familiares o geográficos, o a episodios de descubrimiento ("un día los vi jugar") que no justificarían la adjudicación permanente de valores (que por otra parte el hincha no necesita sostener).

La circunscripción de un parecido de ese discurso con el de la oralidad política sencilla pudo leerse hace unos meses, en un artículo sobre los tifosi italianos aparecido en La repubblica en septiembre pasado (perdón, no tengo ahora la fecha exacta) que, creo, tiene interés local. Se decía allí que el hincha "militante" suele reflejar posiciones políticas radicales. Que puede haberlos de izquierda, pero que sobre todo son de derecha... porque la pertenencia del hincha debe presentarse (y no se trata de una falsa construcción, se siente así) como surgida de una perspectiva inmodificable, constitutiva de cada uno, acerca de lo que se puede querer que pase en el campo de juego.

 

Tal vez todos, o casi todos, necesitemos, con fútbol o sin él, instancias imaginarias de juego y de confrontación como esas. Pero no a todos nos pasa querer volcar esos modos de jugar y pertenecer a otros espacios de inclusión y participación... sólo para volver a explotar el recurso de callar y repetir.

 

 

Buenos Aires, 28 de diciembre de 2015-12-29

 

*Semiólogo y poeta

Imagen: Vista de sala de Malba. Arte Latinoamericano siglo XX. Obra: Rompecabezas-Jorge de la Vega. Foto: Jorge Miño.

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