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Sobre silencios de agenda

En tiempos de fugacidad permanente en la composición de la escena política, se realizó hace muy poco, el acto de presentación de un frente político, en un teatro céntrico. leyó una declaración de propósitos pero no hubo oradores. ¿Cuál es la razón, el sentido, de una copresencia política silenciosa? Las justificaciones del silencio pueden ser múltiples, y de alguna manera, sorprendentes. Dejarle la reconstrucción de la historia al otro, puede ser un problema.

 

Por Oscar Steimberg*

(para La Tecl@ Eñe)

Hace todavía poco tiempo, poco aun en tiempos de fugacidad permanente en la composición de la escena política, se realizó el acto de presentación de un frente político, en un teatro céntrico. Se leyó una declaración de propósitos, ampliamente incluyente y abarcativa en relación con las perspectivas políticas explícitas del momento, pero no hubo oradores, algo que en principio podría aparecer como poco común en un tiempo de palabra política ininterrumpida.

 

¿Cuál es la razón, el sentido de una copresencia política silenciosa?

 

¿Es el efecto de una disposición compartida, que es indecible?

 

Pero entonces, ¿esa disposición de dónde viene?

 

¿De un origen común?

 

¿De un estilo, adquirido en una convivencia que se asume sin definir, y tal vez sin siquiera conocer?

 

¿De un discurso compartido, pero en secreto, porque se ha optado por el ocultamiento del pacto y del plan? O…

 

¿…O se trata de una confluencia que no viene de ningún lado, porque no existe? ¿Porque lo que se comparte es sólo un escenario, del que se puede salir bien parado por un efecto de luces, por un mal paso del vecino, por la mala dicción del que finalmente no pudo resistir su vocación política y habló?

 

Por supuesto, no podría decirse que los que ocuparon ese escenario no  tienen, o no tuvieron, discurso político. Pero sí que lo interrumpen justamente en los momentos en que parecería necesitarse de él, como ocurre en las instancias de fundación y recomienzo abiertas por los anuncios de alianzas y frentes.

 

Hay otro efecto, no necesariamente negativo, del silencio en la palabra pública: nos recuerda que los silencios existen, que aun en el discurso político no se puede estar hablando todo el tiempo de todo. Pero finalmente el problema insiste, porque se trataría de saber si el momento de la constitución de las alianzas, de la presentación de una posibilidad de inclusión mayoritaria y ganadora, pasaría a formar parte de los momentos relegados en la toma de la palabra.

 

Claro: el hecho de que los presentes  tomaran la palabra no aseguraría los alcances informativos o específicamente políticos de su discurso, ni conferiría de por sí valor a su respuesta. Podría decirse, para el caso también, que mientras hiciesen propaganda, podrían  corresponderles reflexiones como la de que incluso la verdad se convierte, en la propaganda política, “en simple medio”. Pero sólo con una toma de la palabra vendría después la necesidad de demostrar que la propaganda contenía un compromiso…

 

Las justificaciones del silencio, por otra parte, pueden ser múltiples, y algunas, de alguna manera, sorprendentes, o al menos poco previsibles. Entre las que se usaron en este caso estuvo una: ante el pedido de especificación acerca de la posibilidad de que en la alianza anunciada ingresaran determinadas corrientes políticas, hasta el momento ausentes, la respuesta fue que ese tema “no estaba en la agenda”. Una manera no habitual de poner límites a los temas de un encuentro, si se atiende a la circunstancia de que la pregunta hablaba de posibilidades de coyuntura, de definiciones o contradefiniciones difíciles de abarcar en los anuncios previos de una reunión fundacional, pero centrales para que pueda abarcarse desde el exterior el sentido de una nueva perspectiva de poder. Como si el sujeto de la escritura, en la agenda, fuera la agenda misma. 

 

Pero no, claro, no puede verse del todo así. El político que ocupa un lugar en una alianza de notables no ha empezado ayer,  y sus distintos públicos, los propios y los opuestos, pueden apelar a la memoria de su trayectoria para imaginar sus comportamientos futuros. Pero entonces podría decirse que la elección del silencio en la apertura de un nuevo espacio político puede ser, hoy, un verdadero acto de audacia. Porque esos públicos no construirán esa memoria de modo necesariamente similar al del primer interesado. No coincidirán necesariamente con él en la rememoración de su historia, ni en la de los partidos o instituciones en las que hizo su camino. Las historias que recuperen serán procesadas de nuevo, quién sabe cómo… Y ocurre que las historias, con sus accidentes, sus continuidades, sus desvíos, hoy están más a disposición del curioso o el dubitativo que cuando cada una de esas trayectorias empezó a armarse. Con sus sucesivos –y ahora hallables, evaluables…- cambios de agenda. Callar, hoy: dejarle la reconstrucción de la historia al otro, puede ser un problema.

 

 

* Semiólogo y poeta

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