El lugar del debate:
Entre el show televisivo y la participación ciudadana
El tan promocionado debate – un acontecimiento inédito - se transformó en un espectáculo con las mismas reglas del show mediático más cotidiano. Un espectáculo pautado casi como en guion televisivo. Su importancia parece haber transcurrido por la biosfera de las redes sociales. Lo inédito pasa por otro espacio, por los modelos de la política reinsertada en la vida cotidiana que también está en juego en esta coyuntura.
Por Víctor Arancibia*
(para la Tecl@ Eñe)
…es necesario que la función de los líderes políticos no sea simplemente expresar intereses que ya están constituidos, sino ayudar a la constitución de esos otros intereses que han estado marginados.
Ernesto Laclau
Estamos viviendo un momento político inédito. Esta frase tiene el mismo formato que muchos de los slogans que se escuchan en medio de las campañas presidenciales. Pero algo hay de verosímil y de real en esta afirmación. Lo inédito no está en el balotaje o en el tan promocionado show televisivo llamado ‘debate’, que se lo adjetivó como ‘importante’, ‘fundamental’, ‘decisivo’ y demás calificativos que apelan más a las estrategias del espectáculo que al de la política. A lo largo de las semanas que separaron la primera vuelta electoral y la elección definitiva del 22, se fue promocionando el debate entre los candidatos como si fuera el gran momento decisivo de la puja electoral. El marketing del debate fue tan fuerte como el que implementan cada uno de los candidatos en sus campañas.
Cada uno de los anuncios que circularon en los días previos estaba marcado por la impronta de la promoción más parecida a ‘Gran Hermano’ que a un debate político. Es más, la estrategia promocional de este debate entre Scioli y Macri tuvo la misma tinelización que ‘bailando por un sueño’. Se replicaron cientos de horas de televisión en diferentes canales que hicieron de la recursividad la estrategia del montaje televisivo. La fórmula del espectáculo fue la que triunfó por sobre el real interés político. Los programas de opinión política utilizaron la misma estrategia que el de los programas de chimentos que tarde a tarde llenan los horarios televisivos. Paneles de especialistas y pseudo especialistas que trataban de determinar quién había ‘ganado’ el debate, encuestas telefónicas o por redes sociales que votaban opciones maniqueas sin posibilidad de ver la gran complejidad de la política en sí misma o las inmensas posibilidades de recepción que se producen en acto de consumo mediático.
El debate se transformó en un espectáculo con las mismas reglas del show mediático más cotidiano. Un espectáculo pautado casi como en guion televisivo, eso parecía el mencionado manual de estilo que esgrimieron cada uno de los supuestos moderadores que condujeron el show. La presentación fue como en los realitys que pedían aplausos para los dos candidatos y los Twiters, Facebook y pseudoencuestas marcaban las tendencias que teóricamente van orientando las preferencias electorales de la población y que están claramente alejadas de los resultados concretos que se verán en las urnas el 22 de noviembre. Los conductores televisivos de los programas televisivos hablaban del raiting que se había alcanzado, de la cantidad de twits producidos, se comparaba la emisión del debate con la de un partido de futbol (cualquier coincidencia con el final de la intervención del candidato, que parecía postularse a la presidencia de un club de fútbol más que a la de república, es mera casualidad).
Un show que, además, fue centralista y machista. A pesar de los pedidos y reclamos de asociaciones y organizaciones diversas no hubo periodistas o ‘moderadores’ del interior del país. Tampoco hubo mujeres y se llegó al extremo de presentar a las esposas de los candidatos al final del debate bajo una supuesta consigna políticamente correcta de que ‘al lado de un gran hombre hay una gran mujer’. Ambas fueron mostradas como las partenaires de los hombres que dominaron la escena durante el noventa y nueve por ciento del tiempo televisivo. Ni representantes de las provincias ni mujeres (ni pensar siquiera en toda la diversidad) fueron los partícipes de un show en el que la televisión emitió una declaración de principio de cómo sigue entendiendo la política. Casi, como dirían los abogados, una confesión de parte.
En el mismo sentido, los protagonistas cumplieron con los roles asignados. Sobre todo uno de ellos que apeló al discurso del marketing, de los manuales de autoayuda y a la agresión. Esos fueron los condimentos de un guion que tiene un autor intelectual de muchos de los espectáculos a los que asistimos en todos estos años de las políticas de los globos de colores. El otro trató de hablar de política mientras se enfrentaba a su oponente que sólo volvía a la biblia marketinera del show televisivo y del negocio del fútbol. Mientras tanto a la ciudadanía se la trató de acorralar en el estereotipo de una audiencia que, como siempre, careció de voz, de representatividad y de posibilidad de participación en algo que le afecta directamente.
Y entonces, ¿dónde está el debate? ¿qué es lo inédito?
Frente a esta descripción urgente y un tanto superficial acerca del promocionado debate presidencial la pregunta es por dónde pasa el debate que construye y sostiene la ciudadanía. En los momentos coyunturales en el que las certezas vacilan y los significados que las sostenían se diluyen, comienza una disputa por volver a llenar de sentido a los signos de la nacionalidad. Esta explicación de la política y la lucha por la hegemonía que dieron Chantal Mouffe y Erensto Laclau pone en evidencia que la construcción política en tiempos de cambios es atravesada por el debate, la puja y la confrontación. La pregunta es en qué sentido y dónde encontramos los debates y las confrontaciones.
Las disputas por los modelos de país que están en juego entre un supuesto cambio que es regresivo y una continuidad de políticas, necesita un despliegue argumentativo que exceden los manuales de estilo que funcionan tan bien en los espectáculos mediáticos. Ese desarrollo argumentativo no está en el slogan, en el marketing ni siquiera en las entrevistas televisivas que sólo dispersan los temas más que concentrar la línea argumentativa.
Por otra parte, el debate no es sólo una pieza argumental lógicamente articulada o retóricamente bien presentada. El intercambio requiere de la pasión y de un atravesamiento por los cuerpos donde, como dice la canción de la Bersuit, vamos del éxtasis a la agonía o del infierno al cielo con la misma facilidad. Es decir, y volviendo a Lacalu y Mouffe, no hay posibilidad de pensar la política sin los antagonismos y tampoco es posible pensar los antagonismos sin las pasiones y los conflictos como lo presenta cualquier reflexión sobre el discurso político. Por lo tanto, las preguntas siguen siendo ¿dónde están los debates? Y ¿qué tiene de inédito en este momento de la política argentina?
El debate político se trasladó a la vida cotidiana y a una operación de lectura por parte de quienes van a decidir el futuro del país que implica una transversalidad de esferas sociales. Las verdulerías, los almacenes, las colas para pagar los impuestos, las puertas de las escuelas, las confiterías, las plazas, las aulas, los transportes públicos son los lugares donde la gente optó por discutir acerca de la política. Esto implica la puesta en funcionamiento de memorias parciales, de falacias, de argumentos basados en la propia experiencia, de construcciones discursivas fundadas en los aportes de los frentes que se postulan como contendientes en las elecciones. En esos escenarios, se viene debatiendo la política con argumentos racionalmente construidos y con clichés, con datos certeros y concretos o sin ellos, o con datos oídos al pasar en algún programa de opinión de los medios de comunicación. Ahí la pasión llega hasta el enojo, el enfrentamiento, el desborde y hasta, como decimos en el norte, el ‘desconocerse’ como sinónimo de la pelea.
En realidad, lo inédito es eso a lo que estamos asistiendo, la reinstalación de la pasión como modo de la política, de que haya muchas personas convocadas a opinar por sí mismas y a hacer campañas por sus propios medios y con sus convicciones a flor de piel inserta en sus actividades laborales, familiares, en sus quehaceres cotidianos. En todos los casos, el debate político se transformó en una lectura transversal de las realidades que cada uno construye para asentar la opinión. Doce años de construcción de políticas públicas acompañadas de reivindicación de la política como instrumento de gobernabilidad dejan este escenario en el cual lo político vuelve a ser vital y también la incertidumbre una moneda corriente. Claramente, los modelos en pugna son más que el de la economía, el del estado, el de los modos de gobernanza es el modelo de una política instalada en la vida cotidiana como show televisivo más pautado y guionado que en los ’90, o el de una forma de lectura transversal de diferentes esferas de la vida pública y privada de los candidatos, de los dirigentes y de la propia gente con todo el espesor de la memoria a cuesta.
Lo inédito es eso, que los modelos de la política reinsertada en la vida cotidiana también están en juego en esta coyuntura. La decisión de un nuevo presidente tiene una resolución concreta en el anochecer del agitado día que será el 22 de noviembre. La decisión de qué tipo de política se entrama en la vida cotidiana de cada uno de nosotros, es un efecto que nos va a llevar un tiempo largo de poder observar. Mientras tanto, la gente sí debate aunque los medios no se den por enterado de ello.
Salta, 16 de noviembre de 2015
*Dr. en Comunicación y docente de la ‘Teoría de la comunicación’ y ‘semiótica audiovisual’. Miembro de Comuna.