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Semiología de una decisión

Por Conrado Yasenza*

 

 

Escribir una columna, un editorial, a ocho días de producirse un novedoso hecho en la vida política nacional, es una tarea desafiante e incómoda. Desafiante porque aquello que se ha pronunciado pero que no ha ocurrido aún, restringe el campo de posibilidades de lo decible. En un clima de extrema sensibilidad todo pronunciamiento implica la pertinencia de una relativa mesura, el esfuerzo por esbozar intervenciones semánticas que no aceleren el vértigo, y menos aún, lo inviertan. El acto de escribir determina una acción política. La palabra es una intervención política. Condensemos: La palabra es política.

 

Escribir tomado por el impacto al centro político del alma y cuerpo de quien piensa mientras teclea, puede derivar en una taxonomía subjetiva de aquello que se fue pensando y diciendo antes de este otoñal cierre de un período político que podríamos convenir en llamar los segundos años felices. Allí la acechanza, el desafío que asoma para señalar la imprudencia. Porque nuestros lenguajes no fueron mejores que el de las usinas del marketing, la palabra vacía pero presente en su eficacia técnica y el caminar sin errancia mientras los esfuerzos se redujeron, en este tramo final, al epigrama y la frase potente y condensatoria. Discutimos mucho sobre las formas y los contenidos para caer en la trampa del lenguaje y sus tramas. Nuestras formas se devoraron, encerrados como quedamos en un deformante juego de espejos, la potencia del acto político, su verdadera esencia desplegada por los territorios. Lentamente, dejamos fuera la indagación sobre las posibilidades de concretar el misterioso enlace con la esfera de lo sentimental, del fetiche, que aunque cristaliza cierta racionalidad tiene un valor fundante en la cultura. Algo de ello entendieron los publicistas de Cambiemos,  y fueron por la confiscación de esos dos campos tan profundamente imbricados entre sí: El lenguaje (lo simbólico) y el sentimiento. Esa sinfonía visual, plagada de oralidad y literatura, de calle y territorio, de palabra y contenido, y de armonías que fueron difuminándose en el diapasón vencido de una estrategia propia de estadios cerrados, inauguraciones surtidas de buenos compañeros y televisación a escala.

 

La fragilidad del momento conduce a la incomodidad. Si pensamos en su contrapartida, no nos referimos al sofá del gabinete o al intelectualismo y sus jactancias. No. Esa incomodidad es la que se presenta bajo las formas de la tensión, del futuro en juego que es siempre incertidumbre y sortilegio. Se objeta entonces el desgarro, se impugnan la biografías y trayectorias; y rebatir es desmentirse, negarse en aquello que se ha pensado, dicho o escrito. La conversación se torna confusa, amaga a discontinuarse, a esconder por un tiempo la franqueza, a replicar para refutarse; los rizomas de esa conversación deben ceñirse entonces a las estrategias de la coyuntura, y la coyuntura jamás fue rizomática como pudo serlo la conversación. Hoy ya es ayer, y mañana puede ser de nuevo ayer u hoy. La conversación quedó sumergida en estrategias y espejos que nos depositan en un presente donde no todo es lo mismo, aunque a veces los parecidos sean muy visibles.

El presente tiene dos nombres/proyectos. Daniel Scioli y Mauricio Macri. Frente para la Victoria (peronismo) y Cambiemos (PRO-radicalismo). Clasificación arbitraria para no descender al enmarañado mapa de las fuerzas políticas y expresiones ideológicas que conforman ambos espacios.

 

Cambiemos es la derecha política moderna - y habría que discutirlo ya que esa modernidad puede estar acotada a la no utilización de fuerzas militares para imponer su voluntad -. Convengamos en ese punto: Una derecha que ha estructurado su espacio político para disputar poder en elecciones democráticas. De alguna manera esto es cierto. Sus jóvenes votantes y voluntarios no reivindican a Videla. Sus líderes tampoco, por lo menos de modo abierto. Pero los actos políticos definen. Negarse a acompañar políticas de derechos humanos, a legislar sobre el genocidio sufrido por el pueblo argentino, es asumir una identidad. Esa identidad se expresa casi banalmente, con enunciados que no parecen nocivos pero que actúan con eficacia a nivel inconsciente: Queremos dejar de mirar al pasado para poder ir hacia el futuro. Esos enunciados constituyen acciones políticas pensadas. 


Es frecuente escuchar que esta derecha moderna no es golpista. Y también es cierto en términos formales, "procedimentales". De todos modos, hay que reflexionar sobre esa argamasa práctica, ligada por intereses políticos y económicos en común con medios de comunicación, sectores políticos, judiciales y empresarios. De lo contrario cometemos un error "procedimental" en el análisis de los vínculos entre medios y política. Si el moderno comunicador o analista ve con malos ojos la filiación entre las nuevas derechas regionales y los intentos de golpes a nivel regional, bien, podemos conceder esa mirada, pero no podemos dejar de dar el debate, porque la guerra comunicacional es un hecho geopolítico que instala ideas fuerza cuyo objetivo es horadar la legitimidad de gobiernos de corte popular-populistas. Y en esa conjunción de intereses, los posicionamientos de embajadas no son inocuos. Tan cierta es esta descripción como que los medios de comunicación no son los culpables de todos nuestros males. Recostarse sobre la hipodermia es una simplificación para no profundizar en los errores propios, que han sido muchos y en diferentes campos de acción.

 

El balotaje nos impone una definición. El tiempo de la reflexión, de la discusión se detiene frente a lo dilemático. No parece ser demasiado dialéctica la situación, o por lo menos sus técnicas cesan frente a lo binario. En la naturaleza de este tiempo histórico próximo el resultado incidirá, aún más, en la distribución del poder y de la autoridad dentro del cuerpo social. No hay “modelos” que representen cabalmente la realidad. Entendamos que son herramientas y que su mejor versión es aquella que utiliza, según quién la mire e implemente, la mejor parte de una verdad relativa.

 

Nos queda decidir sabiendo que sólo el conocimiento es el mejor método de resistencia contra las estructuras sociales que se alcen con jerarquías opresivas. El conocimiento que, como la palabra, siempre es acción política.

 

Este periodista ya ha decidido. El voto será por Scioli, y se hace responsable por ello. La hora demanda definiciones.

 

Avellaneda, 14 de noviembre de 2015

 

 

*Director de La Tecl@ Eñe. Periodista y docente en la Universidad Nacional de Avellaneda.

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